En nuestra sociedad occidental, el tema de la muerte se tiende a silenciar y evitar. Incluso hablar de ella puede resultar de mal gusto o morboso. Es cierto, la muerte nos incomoda y por lo general no estamos preparados ni nos han educado para tratarla en nuestra vida. Si la muerte ya resulta un tabú para los adultos, deberíamos plantearnos ¿qué ocurre con los niños?

 

Lo primero que hay que resaltar es que no existen recetas mágicas, ya que el dolor y el sufrimiento es único y cada niño o familia puede elaborarlo de una manera diferente. Pero, sí es cierto que el conocer información de cómo los niños perciben la muerte y sus reacciones ante la misma, puede ayudarnos a tener herramientas para poder ajustar nuestra intervención de la mejor manera posible.

Los niños, al igual que los adultos, experimentan una serie de reacciones ante la pérdida de un ser querido. Los adultos, generalmente, niegan la reacción de los niños, ya que existe una tendencia en nuestra cultura a pensar que los niños no sufren apenas disgustos (o se pretende que no los tengan). De este modo, cuando en el seno de una familia se sufre una pérdida, los adultos hacen cualquier cosa para proteger a los más pequeños de la realidad del dolor y de la pérdida.

Pero, ¿cómo perciben los niños la muerte de un ser querido? Vamos a revisar evolutivamente cómo los niños van desarrollando el concepto de muerte y sus implicaciones:

Antes de los tres años de edad, es posible que los niños perciban una ausencia entre quienes forman su mundo inmediato y que les haga falta una persona conocida ausente, pero es poco probable que entiendan la distinción entre una ausencia temporal y una ausencia permanente e irreversible, perciben la muerte como una ausencia. Pueden tener preguntas reiteradas de la persona que ha fallecido, incluso aunque se les haya dicho que está muerto y no va a volver. No entienden muy bien que ha pasado y donde ha ido la persona que ha fallecido.

Desde los 3 hasta los 5 años (aprox) tienen una forma muy literal de interpretar el mundo que les rodea. Preguntará y llorará por la persona fallecida, así como,  mostrará enfado y negación hacia la persona muerta. Para ellos, la muerte es como un sueño donde la persona puede despertar. Es un estado temporal, un fenómeno reversible, donde en su mente la persona sigue comiendo, respirando y existiendo y se despertará en algún momento. Suelen mostrar una variedad de comportamientos regresivos: dejan de controlar los esfínteres, se chupan el dedo, no quieren dormir solos y pueden tener problemas para dormirse o pesadillas, quieren que les cojan y tienen miedo a los extraños. Son signos normales de la ansiedad y miedo que sienten.

A algunos niños la muerte del ser querido parece no afectarles en absoluto. Responden ante la noticia con preguntas o afirmaciones inadecuadas: “¿podemos ir hoy al parque?”. Aunque esta reacción sea desconcertante, es común. Significa que no han aceptado o afrontado la muerte, pero que comprende lo que ha sucedido. Toman a sus padres como modelos: imitan la conducta de sus padres. Como los niños no conocen todavía la manera de expresar el dolor, buscarán en los adultos de la familia alguna indicación para hacerlo.

Al comienzo de la educación primaria (6-8 años), los niños pasan una etapa particularmente difícil para asumir un incidente crítico. La mayoría empiezan a tener la suficiente capacidad para darse cuenta de las consecuencias que conllevan la situación e incluso comprender el fenómeno de permanencia de la muerte. Pero, el que entiendan que es la muerte no quiere decir que sepan afrontarla, porque no tienen estrategias de afrontamiento adecuadas, ya que acaban de perder aquellas que les proporcionaba el pensamiento mágico. Ya expresan su miedo y angustia a través del lenguaje verbal. También, es normal que los niños sufran pesadillas en torno a la muerte, soñando que muera alguno de sus padres.

Empiezan a ser conscientes de que la muerte supone un cambio. Tienden a centrarse en cómo este cambio les afectará, sienten miedo de que los niños de su edad les consideren diferentes, cómo los trataran sus amigos y sus compañeros. Alguna de las reacciones típicas ante la muerte de un ser querido en estas edades son:

-Negar que la muerte haya ocurrido. En su negación puede mostrarse muy agresivos.

-Algunos niños parecen estar más contentos y juguetones después de enterarse del incidente, como si la pérdida no les hubiera afectado en absoluto. Los adultos suelen malinterpretar esta conducta creyendo que los niños son fríos e indiferentes, o que nunca llegaron a amar a la persona fallecida. En realidad esta negación indica que el niño siente un dolor tan profundo que intenta levantar un muro para que no le afecte.

-El sentimiento de culpa es una respuesta normal a la muerte. Los niños pueden creer que su mala conducta ha contribuido o incluso ha causado la muerte. Es importante aclararles que su muerte no tuvo nada que ver con ellos y que les querían mucho.

– Es comprensible que los niños a estas edades reaccionen a la muerte sintiéndose asustados y vulnerables. Intentan ocultar estos sentimientos, sobre todo a los niños de su edad, porque no quieren que los niños de su edad les consideren diferentes.

-Un niño que pierda a uno de sus padres, puede temer perder al padre o madre que ha sobrevivido. El miedo al abandono es uno de los temores más importante. También pueden temer que vayan a morirse pronto.

Los preadolescentes (9-10 años) pueden ser capaces de captar el significado de los rituales, comprender cómo ocurrió la muerte y entender el impacto que esa pérdida va a ejercer en ellos y en su familia. Los preadolescentes saben que la muerte es permanente. Pueden captar el significado de los rituales, comprender cómo ocurrió la defunción y entender el impacto que esta pérdida ejerce en ellos y en su familia.

Es posible que tengan aún algunas preguntas con relación a las creencias religiosas y culturales, depende de cómo hayan sido educados, es posible que deseen saber más cosas sobre el cielo, el infierno y la vida del más allá. El dolor de un adolescente tiene su propia intensidad. Los adolescentes se encuentran ya en un tumultuoso estado de cambio en el que intentan reafirmarse, para ellos la vida no ha hecho más que empezar y la muerte constituye un shock fundamental en su sistema de vida.

La mayoría de los adolescentes no se permiten llorar, sobre todo, en la presencia de sus padres. Las chicas tienden más a mostrar sus emociones y buscar consuelo y apoyo en los miembros de la familia y en las amigas. Muchos adolescentes adoptan en cierto modo una actitud cínica o pesimista de la vida en general, y una muerte puede aumentar ese sentimiento. Esta situación puede hacer que den guerra, se peleen, rindan poco en el instituto, ingieran alcohol y drogas. Los adolescentes pueden sentir sentimientos de culpa sobre su incapacidad de prevenir los daños o pérdidas.

Pautas generales que podemos seguir para hablar a los niños de la muerte.

De forma generalizada, nos cuesta hablar con los niños de la muerte porque no sabemos qué decir. No nos sentimos cómodos con la idea de la muerte y a menudo usamos eufemismos para esconder nuestro propio malestar. No existen formas universales para comunicar una mala noticia a un niño. A continuación, enunciamos una serie de orientaciones generales o pautas que suelen ser útiles:

¿Dónde? El lugar ideal para dar la noticia seria uno tranquilo, silencioso y lo más conocido posible por el niño.

¿Cuando? Lo antes posible o al menos no dejar pasar demasiado tiempo. Cuanto más tiempo más posibilidades hay de que el niño acabe enterándose por un compañero, un familiar, los medios… Otro peligro es que la persona que le diera la noticia lo hiciera sin demasiada sensibilidad o asumiendo que la noticia ya es conocida por el niño.

¿Cómo? No mentir. La mentira no protege al niño, más tarde o temprano se va a enterar. Si se miente se puede sentir engañado. No dar falsas esperanzas de que la persona volverá. No nos tiene que dar miedo utilizar la palabra muerto. No bombardearles con información. Decirle sólo lo que pueda entender. Tenemos que tener en cuenta que estamos dando una noticia que puede desbordar al niño y necesita elaborarla, él o ella nos marcará el ritmo de lo que necesita saber. Decirle que si quiere, más adelante,  consultar alguna cuestión o saber más que no dude en decírnoslo.

Expresar las emociones delante del menor: Explicarle que es una situación triste y que es normal llorar, y que cuando tenga ganas de hacerlo que lo haga. Expresar las emociones delante del niño le permite también a él un modelo para expresar las suyas, le da permiso a exteriorizarlas. Los padres son un modelo a seguir.

Indagar los sentimientos de culpa. No usar eufemismos: se ha ido, se lo han llevado, está dormido. Ello puede crear confusión en los niños. Teniendo en cuenta que los niños pequeños tienden a tomarse literalmente las expresiones de los adultos.

Cuando se habla a los niños de Dios, independientemente de la religión, hay que dejar claro que Dios no mata a las personas. Ni tampoco va por ahí llevándoselas porque quiere que estén con él en el cielo. A veces los familiares bien intencionados, al compartir sus creencias con el niño, pueden causar mucha confusión.

Quién: Cuando el padre no puede dar la noticia, la persona que se encargue de hacerlo debería hacer saber al niño que sus padres si no están con él es porque no pueden. De ese modo evitaremos que el niño se sienta abandonado o que piense que sus padres ya no le quieren.

El funeral o ritual mortuorio: Muchas personas piensan que es mejor que los niños no participen en los funerales porque creen que es innecesario y que puede ser perjudicial para él. Los niños como los adultos, necesitan un vehículo para llorar la pérdida, para despedirse y seguir con su vida adelante. Es una decisión que debe tomar la familia.

Como guía general los expertos recomiendan que se les debería dejar ir a partir de los 6 años, si ellos así lo desean. Asistir a este tipo de rituales con los miembros de la familia hace sentir al niño como un miembro más y le permite la oportunidad para expresar su dolor, recibir el apoyo de los demás y despedirse del ser amado. El niño junto a la familia debe elegir si desea ir o no.

Si el niño decide no ir, no es conveniente forzarle, pero si el hablar con él de sus sentimientos, emociones y que nos cuente porque no desea ir. Si el niño decide ir después de las explicaciones de los padres, hay que prepararlos con antelación de lo que ocurrirá y que es lo que van a oír y ver. Hay que decirles cómo será la ceremonia, como estará el ataúd y explicarle que la gente llorará.

Si se siente muy afligido por la muerte, un miembro de la familia puede estar con el niño, dándole explicaciones de lo que sucede en cada momento y responder a las preguntas del niño. Proporcionándole el apoyo que necesite. Puede ser un buen momento para que los niños preparen un regalo de despedida, acompañen a los padres en la compra de las flores. Es una oportunidad de despedirse y decirles lo que le querían. Así, podemos decir que los rituales, entre ellos los funerales, permiten experimentar el apoyo social y aceptar la realidad de la pérdida, por lo que resulta generalmente beneficioso que los niños puedan participar en los rituales.

Alejandra Ballester psicóloga y terapeuta en Red Cenit.