No me da la vida es una expresión que estamos cansados de oír a las familias y que se emplea ante la multitud de actividades, compromisos sociales, escolares y familiares adquiridos por ellos mismos y voluntariamente hacia sus hijos. Expresión que si escucharan personas como mis abuelos, que tenían cuatro hijos, trabajaban 15 horas y su situación económica era extrema, les provocaría un ataque de risa.
El origen de “NMDLV”, (lo pongo con siglas porque somos muy modernos) tiene una vertiente que halla su origen en las agendas de los niños. Agendas que dan vértigo, 8 horas de colegio, tenis, ajedrez, natación, fútbol, baloncesto, esgrima, … Y así hasta una multitud de actividades que hacen que nuestros pequeños lleguen a casa a las 19 h, cansados a más no poder. Pero no acaba ahí la cosa, luego viene la pelea de los deberes. Queremos que estén frescos después de esa jornada para que su rendimiento académico sea ejemplar. ¿Estamos generando niños multitarea? ¿Luego nos sorprendemos de que no rindan? Pregunto.
Si nos paramos a pensar en las actividades hacen fuera de la escuela, ninguna tiene que ver con la ayuda a los demás, con el compromiso social, con la educación hacia las dificultades que otros niños pueden tener. Pueden existir «honrosísimas» excepciones, pero por regla general no llevamos a nuestros hijos a ese tipo de actividades. Perdonen mi impertinencia, pero a veces pienso que si las famosas de Instagram con hijos hiciesen estas actividades acudiríamos todos y moriría lentamente el “No me da la vida”.
Comprobado. Cuando hemos solicitado ayuda desde Red Cenit con niños sanos de entre 3 y 7 años para nuestros proyectos de investigación, la frase más escuchada es la que os mencionaba al principio. “No me da la vida”.
Desde el mes de septiembre que comenzamos a realizar una actividad que solamente tiene una duración de 20 minutos, solamente 24 familias se han puesto en contacto con nosotros para participar. Mayoritariamente, la justificación es que sus hijos tienen agendas muy llenas y no tienen 20 minutos.
Acudir a una experiencia dentro de un cubo de Realidad Virtual que como decía, dura 20 minutos, en el que están jugando, aprendiendo y sobre todo, ayudando, no les viene bien. Puede sonar lapidario, pero es la realidad. Seguramente, si en lugar de un hijo normotípico tuviesen un niño con TEA (Trastorno del Espectro Autista), la historia cambiaría. No hay nada a cambio, no hay recompensa económica ni material. La recompensa es ayudar; enseñar la importancia de prestar ayuda, dado que, quien ayuda se siente ayudado.
Ayudar e investigar requiere la presencia de niños Normotípicos. Solamente comparando las reacciones inconscientes de unos y otros podemos seguir avanzando.
Gracias a esas 24 familias que acudieron, junto con 30 más de niños TEA, hemos logrado un magnífico resultado en nuestra primera fase con el Entorno Virtual Inmersivo.
Nuestro resultado nos indica que solamente por el nivel de estrés de nuestros niños cuando interviene la estimulación olfativa, podemos clasificar con un 100% de acierto a un niño TEA de un niño Normotípico. ¿Imaginad que tuviésemos 100 niños de cada grupo?
Seríamos capaces de hacer esta intervención dentro del Entorno Virtual y sacar conclusiones más robustas. Seríamos capaces de tener a un niño en edad muy temprana y ver que existe una sospecha y poder empezar a intervenir, ganando así tiempo al tiempo.
Es importante enseñar a nuestros hijos no solamente a ser los mejores en una actividad concreta, sino a ser los mejores de corazón y que todo en esta vida no es pensar en uno mismo ni obtener una recompensa a cambio.
Elena Olmos Raya, investigadora en Red Cenit
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