Vivimos en una era donde el acceso constante a la información y a los estímulos cibernéticos ha redefinido la manera en que pensamos, sentimos y nos relacionamos.

Cada día recibimos cientas de notificaciones, imágenes y mensajes que compiten por un nuestra atención.

Es, por tanto, inevitable reflexionar sobre cómo esta sobrecarga de información afecta a nuestro cerebro y a nuestro bienestar psicológico, ya que nuestra capacidad atencional es limitada y solo podemos procesar una cantidad reducida de información en cada momento.

Por ejemplo, la memoria de trabajo, clave en los procesos de atención, puede saturarse fácilmente cuando los estímulos cambian con rapidez o exigen respuestas constantes.

En la actualidad, las plataformas digitales compiten por mantenernos el mayor tiempo posible frente a sus pantallas. Así, fenómenos como el conocido “scrolling” provocan una sobrecarga de estímulos e información que puede generar fatiga mental y, en consecuencia, dificultades en la capacidad de concentración.

A esto se suma la “necesidad” de revisar el móvil mientras se trabaja, responder mensajes mientras se ve una serie o escuchar música mientras se navega por Internet. Todo ello induce en el cerebro un funcionamiento multitarea que interfiere con la capacidad para mantener la atención de forma sostenida.

Por otra parte, diversas investigaciones recientes han mostrado que este patrón puede afectar negativamente a la atención sostenida, reduciendo la capacidad de concentración profunda y aumentando la susceptibilidad a la distracción.

A nivel psicológico, esta fragmentación de la atención también puede traducirse en un aumento de la impulsividad, una menor tolerancia a la espera y mayores dificultades para mantener la continuidad en una tarea sin interrupciones.

Efectos de la sobreestimulación digital

El impacto de la sobreestimulación digital va más allá de lo individual.

En el ámbito académico y laboral se observa una disminución de la productividad y una mayor tendencia a la procrastinación.
En el plano emocional, la atención fragmentada contribuye a la ansiedad, a la sensación de urgencia permanente y a la pérdida de “inmersión” o fluidez en las actividades significativas.

A largo plazo, esta dificultad para concentrarse puede erosionar la creatividad, la memoria y la capacidad de reflexión profunda, aspectos esenciales para el aprendizaje y el pensamiento crítico.

Consejos para reducir el impacto de la sobreestimulación digital

Ante este panorama, resulta fundamental replantear nuestra relación con la tecnología.
Si queremos reducir su impacto a nivel individual, algunas estrategias eficaces incluyen:

  • Desactivar notificaciones y establecer momentos concretos del día para revisar mensajes o redes.
  • Diseñar espacios de trabajo libres de distracciones, favoreciendo la concentración sostenida.
  • Fomentar la lectura profunda y actividades que requieran continuidad cognitiva.
  • Educar digitalmente desde edades tempranas, promoviendo un uso consciente y equilibrado de la tecnología.

La sobreestimulación digital es uno de los grandes retos psicológicos del siglo XXI. Vivir en conexión permanente puede otorgar grandes beneficios, pero también limitar nuestra capacidad atencional.

Por ello, la búsqueda de rutinas de uso y control puede ayudarnos a gestionar de forma más eficiente nuestra relación con las tecnologías, reduciendo la dependencia y mejorando nuestra calidad de vida.

Diego Martínez es psicólogo clínico en Red Cenit

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