“Mi hijo es muy independiente, coge lo que quiere”. Es una frase que solemos escuchar a los padres de peques menores de 3 años cuando vienen a la consulta por presentar rasgos compatibles con un Trastorno del Espectro Autista (TEA).

Lo que esta frase nos señala es la posible ausencia de conductas que conforman la comunicación social y que sirven tanto para pedir, “comentar”, compartir la atención y el interés. Tales conductas van mucho más allá de la comunicación puramente oral, o sea, decir palabras. En el caso de los niños pequeños (12 a 20 meses), o los niños hasta 30 meses que no presenten lenguaje oral, hay muchas conductas que son previas al habla y que son importantes para la interacción social recíproca y la comunicación: la utilización de gestos, la integración de la mirada a las vocalizaciones o gestos;  las expresiones faciales que dirige al adulto; la frecuencia de vocalización espontánea dirigida a los demás, la iniciación espontánea de la atención conjunta, entre otras.

La detección temprana del autismo ha evolucionado y desde el año 2012 se cuenta con una herramienta para clasificar el “Rango de preocupación” respecto a presentar un Trastorno del Espectro Autista (TEA) en niños  con edad entre 12 a 30 meses.

El Módulo T del ADOS-2  (Escala de observación para el diagnóstico del autismo) permite realizar una evaluación a niños en este rango de edad, tanto si no utilizan palabras como si emiten algunas palabras.

En la sesión de aplicación de la prueba está presente un familiar adulto, además de la terapeuta examinadora: observamos tanto las respuestas del niño cuando es ignorado, cuando le enseñamos algo que esté fuera de su foco de atención (respuesta a la atención conjunta);  responde al ser llamado por su nombre. También observamos si el niño busca al adulto e intenta iniciar la interacción social, o sea, si intenta llamar la atención del adulto hacia lo que le gusta, aunque sea sin utilizar el lenguaje oral: utilizar gestos, señalar, mostrar un objeto sujetándolo, pedir un objeto (mirada/gesto/vocalización); compartir su disfrute  con el adulto; llamar la atención del adulto sin que sea solamente para conseguir ayuda/acceso a un objeto, si no para compartir placer.

Estas conductas sociales están infravaloradas frente al lenguaje oral y pueden ser fácilmente ignoradas por los padres. Pero cuando muchas de ellas están ausentes, se trata de una sintomatología que genera un rango de preocupación  en relación a la presencia de un TEA.

Además de observar la Afectación Social, en la prueba ADOS-2 (Módulo T), también observamos el área de Comportamiento Restringido y Repetitivo, que a estas edades tempranas puede incluir conductas como: utilizar el balbuceo como manera de estimularse y no con fines de comunicarse con el otro; movimientos repetitivos de manos o de todo el cuerpo (aleteo, retorcer dedos, caminar de puntillas, etc.), maneras de jugar que sean repetitivas o que le llame la atención algún objeto inusual (patas de la mesa, etc.), o que haya interés por aspectos sensoriales de los juguetes o de sí mismo (textura, brillo, olor, inspección visual…).

Así que reafirmamos que hay pruebas estandarizadas (ADOS-2), para evaluar el rango de preocupación en relación a la presencia de un TEA en niños a partir de los 12 meses.  El equipo que participa en estas pruebas posee una formación específica para observar y puntuar las conductas relevantes para la sintomatología del TEA.  Además, la intervención precoz con el niño y su familia tiene un impacto positivo en el desarrollo del niño y en la calidad de vida familiar.

Naiara Minto de Sousa es psicóloga en Red Cenit

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