Cada 20 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Infancia, una fecha promovida por Naciones Unidas para recordar los derechos fundamentales de niños y niñas, pero también para invitarnos a reflexionar sobre la enorme relevancia psicológica y emocional que tiene esta etapa.
La infancia no es solo un periodo de crecimiento físico: es el tiempo en que se construyen las bases de la personalidad, la autoestima, la seguridad afectiva y las habilidades que acompañarán a la persona a lo largo de toda su vida.
Desde la psicología sabemos que la infancia es una etapa crítica en la que el cerebro es especialmente plástico y sensible a las experiencias. Durante estos años se establecen:
- Modelos de apego: las primeras relaciones determinan cómo aprenderemos a vincularnos con otros.
- Regulación emocional: habilidades para manejar la frustración, el miedo, la tristeza o el enfado.
- Autoimagen y autoconcepto: la forma en que el niño se percibe a sí mismo.
- Habilidades sociales: cómo relacionarse, pedir ayuda, resolver conflictos o cooperar.
Cuando estas áreas se desarrollan en un entorno seguro, afectivo y estimulante, el niño tiene mayores probabilidades de convertirse en un adulto resiliente, autónomo y emocionalmente estable.
En cambio, cuando existe una infancia marcada por la falta de afecto, la violencia, la negligencia o la inestabilidad emocional puede generar heridas profundas. Entre las consecuencias más frecuentes se encuentran:
- Apego inseguro: dificultades para confiar en otros o miedo al abandono.
- Problemas de autoestima: sensación de no ser suficiente o valioso.
- Dificultades en la gestión emocional: impulsividad, ansiedad, retraimiento o explosiones de ira.
- Trastornos de conducta o del estado de ánimo.
- Relaciones interpersonales conflictivas en la vida adulta.
- Mayor vulnerabilidad frente al estrés y menor tolerancia a la frustración.
Esto no determina el futuro de un niño por completo, ya que la plasticidad cerebral permite reparar mucho del daño vivido, pero sí de reconocer que este periodo merece especial protección y acompañamiento.
¿Cómo podemos proteger y nutrir la infancia?
1. Ofrecer afecto seguro y consistente
Los niños necesitan sentirse vistos, escuchados y validados. El cariño, la presencia emocional y los límites saludables son indispensables.
2. Fomentar la comunicación emocional
Ayudarlos a identificar y expresar lo que sienten, sin juicios ni castigos. Nombrar las emociones es el primer paso para gestionarlas.
3. Dedicar tiempo de calidad
Jugar, conversar, explorar juntos… Cualquier actividad que implique tiempo y unión será beneficiosa.
4. Promover un entorno estimulante
Actividades creativas, lectura, juego libre y oportunidades para aprender.
5. Educar desde el respeto
Evitar el castigo físico, las humillaciones o los chantajes emocionales. La disciplina positiva marca límites con empatía.
6. Atender señales de alarma
Cambios bruscos de conducta, problemas escolares, retraimiento, insomnio o somatizaciones requieren acompañamiento profesional.
7. Crear redes de apoyo
Docentes, orientadores, psicólogos y familiares podemos ser figuras significativas que amortigüen dificultades y potencien fortalezas.
El Día Mundial de la Infancia no es solo una fecha simbólica; es un recordatorio de que los niños y niñas son sujetos con derechos y merecen crecer en entornos seguros, amorosos y estimulantes. La infancia bien cuidada contribuye a una sociedad más empática, segura, cooperativa y saludable.
“Los niños son el recurso más importante del mundo y la mejor esperanza para el futuro”
(John F. Kennedy)
Alicia Valls Monzó, es psicóloga y terapeuta en Red Cenit
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