En Red Cenit, trabajamos desde un enfoque multidisciplinar enfocando cada trastorno y cada niño desde diferentes áreas. Se intentan abordar los problemas de la mejor forma posible, ofreciendo posibilidades de tratamiento personalizadas.

 

Cuando hablamos de conducta, tendemos a interiorizar las motivaciones y posibles causas de la misma, recurriendo a términos como temperamento, personalidad. Nos olvidamos de que la conducta es la interacción entre las personas y su entorno y de que las causas de la conducta las encontramos en este binomio individuo-entorno.

Cuantas veces personalizamos y adjetivamos conductas hablando de  los niños como agresivos, vagos o incluso cuando pensamos que para hacer más deporte, dejar de fumar o entregar los trabajos en los plazos definidos nos falta fuerza de voluntad. Pero esta interpretación sobre las causas por las cuales nos comportamos (o no) de la manera en que nos gustaría está enfocada exclusivamente en el individuo, fijando los patrones de personalidad y temperamento como algo intrínseco e inmutable de alguien.

Sin embargo, la conducta puede ser mucho más flexible. Nos comportamos con mayor o menor frecuencia de una determinada manera en función de los resultados de nuestras acciones. Aunque no seamos conscientes, nuestro cerebro guarda la relación entre la acción y lo que la sucede (sea agradable o desagradable). Y a esta relación entre la acción y la consecuencia que la sigue la llamamos contingencia.

El término contingencia hace referencia a la existencia de relación entre eventos, se refiere a la posibilidad de que algo suceda o no suceda. Por ejemplo, trabajamos durante un mes y cobramos un salario. O sea, existe una relación «si…..entonces» entre trabajar y cobrar un salario. La contingencia también existe entre comer demasiado y sentirse mal.

Así, las consecuencias de nuestros actos, sean naturales (del mundo físico, químico, biológico) o sociales (mediadas por las personas, por la cultura) modifican la probabilidad de que nos comportemos de una determinada manera o no en el futuro. Si la relación de contingencia entre la conducta y la consecuencia prevé una consecuencia que nos resulta agradable, la conducta se fortalece y puede volver a ocurrir. Si la relación de contingencia entre la conducta y la consecuencia prevé algo que nos resulta desagradable, la conducta se enflaquece y probablemente no  volverá a ocurrir.

Si hablamos de conductas que implican puramente consecuencias naturales, nadie tiene problema en percibir la contingencia, por ejemplo sentir el placer de actividades como ir en bici, jugar, comer chocolate u otros alimentos calóricos (como pizza), quitarse un par de zapatos que aprietan, etc. Destacamos que existen variables individuales (hay personas a quienes no les gusta el chocolate) que tornan las consecuencias y contingencias eficientes para un determinado individuo. Además, la contingencia fortalece o enflaquece la conducta incluso cuando no somos conscientes de ella.

Pero cuando se trata de consecuencias sociales (mezcladas con consecuencias naturales), es más difícil percibir la contingencia: hay actividades que elegimos realizar antes que otras y hay amigos que dejamos de llamar y no sabemos bien porqué. Pero lo importante es que la conducta (o la no ocurrencia de la conducta) está determinada por una contingencia.

Si pensamos en la difícil tarea infantil de adentrarse al mundo social y comprender sus normas y signos, muchas veces están en juego contingencias sociales, mediadas por los adultos. Hasta que un niño no sea capaz de leer un libro que le resulte interesante, tenemos que prever que el aprendizaje de la lectura incluya consecuencias agradables que fortalezcan esta conducta, o sea, tenemos que planificar y, en la medida de lo posible, dejar muy claras para los niños las contingencias previstas para cada conducta. No se trata simplemente de premiar conductas con cosas concretas como en un adestramiento animal.

Somos seres sociales y la propia continuidad de la interacción social, la atención, el contacto físico, la posibilidad de hacer cosas que nos gustan, pueden ser planificadas para participar de una contingencia y fortalecer conductas apropiadas. Ciertamente los niños que no estudian o se portan mal obtienen atención y acceso a cosas agradables en diversos momentos del día, pero el problema es que estas actividades no están organizadas para seguir conductas que queremos fortalecer en una contingencia de reforzamiento.

Cuando pensamos en modificar la conducta de los niños, puede bastar con identificar qué contingencias ocurren en su rutina y simplemente  reorganizar el orden de las actividades creando así contingencias. Por ejemplo, si la rutina de un niño es llegar del colegio, jugar con la consola, hacer los deberes y cenar, no establecemos una contingencia que fortalezca la conducta de hacer los deberes. Pero si para el niño es muy motivador jugar a su videojuego, podemos reorganizar la secuencia de actividades e incluir el videojuego en una contingencia para fortalecer la conducta de hacer los deberes, de tal modo que si hago los deberes, entonces juego con la consola. Simplemente cambiando la secuencia de las actividades estamos estableciendo una contingencia que fortalece la conducta de hacer los deberes.

Esta es la manera de trabajar del analista de la conducta, observamos qué es lo que ocurre antes y después de las conductas para verificar cuales son las contingencias responsables de su mantenimiento. El primer paso para solucionar un problema es definirlo, identificarlo. Y si hay un problema de conducta hay que identificar cuales son las contingencias que lo mantienen, analizando el binomio individuo-entorno.

Esta perspectiva es extremadamente optimista y nada determinista pues no sitúa en el individuo toda la causa de su conducta y nos motiva a cambiar el entorno para propiciar cambios en la conducta. Lo que nos hace exclusivamente humanos es nuestra capacidad de flexibilizar nuestros hábitos y conductas, o sea, de cambiar y adaptarnos al entorno, de aprender. Todos podemos aprender y cambiar, por lo que saber analizar y cambiar las contingencias puede ayudarnos a realizar los cambios que queremos.

Naiara Minto, Psicóloga y colaboradora en Red Cenit.