Las funciones ejecutivas son habilidades cognitivas que supervisan y regulan la conducta con la eficacia necesaria para completar con éxito los planes o las metas que desarrollamos en la solución de tareas complejas o de nuevas tareas.

Estas funciones están relacionadas con la autorregulación del pensamiento, las emociones y la conducta y se localizan en la corteza prefrontal.

Su alteración puede provocar, entre otras, dificultades para:

  • Generar conductas con un objetivo definido.
  • Resolver problemas de forma planificada.
  • Dirigir nuestra atención de una forma flexible.
  • Inhibir ciertas respuestas espontáneas que provocan algunos estímulos.
  • Retener en la memoria de trabajo la información necesaria para llevar a cabo una acción determinada.
  • Captar los aspectos esenciales de las situaciones o informaciones.
  • Resistirse al efecto provocado por la interferencia o la distracción.
  • Controlar y gestionar el tiempo.

Como se ha mencionado al principio, las Funciones Ejecutivas son un conjunto de habilidades cognitivas.
Hoy nos centraremos en analizar una de ellas: la Atención y sus diversas modalidades.

Podemos entender la atención en general como la llave de acceso para llevar a cabo cualquier actividad mental. Es la encargada de filtrar la información seleccionando aquello que es necesario para realizar una tarea de forma eficaz. Se trata pues  de un proceso cognitivo, considerado como el prerrequisito funcional que selecciona, prioriza y procesa la información para realizar una actividad mental. Por supuesto nos estamos refiriendo a la atención activa o voluntaria, en la que participa la motivación del sujeto y que tiene una utilidad práctica, vinculada a sus intereses y/o necesidades.

Tiene varias modalidades:

  • Atención Focalizada: se encarga de dirigir la atención a un estímulo concreto, de procesar determinado tipo de estímulos. Por ejemplo, fijarnos en los coches de la calle.
  • Atención Sostenida: es la que nos permite mantener el foco atencional durante un tiempo más o menos prolongado resistiendo a la fatiga y a los distractores. Por ejemplo, seguir la explicación del profesor, leer un libro, ver una película (todo ello a pesar de que nuestro interés en ello sea escaso).
  • Atención Selectiva: este tipo de atención requiere una mayor exigencia cognitiva. Su objetivo es atender al estímulo adecuado en presencia de distractores que compiten con éste de forma simultánea. Por ejemplo, seguir una conversación con alguien en un entorno ruidoso mientras otras personas hablan entre sí.
  • Atención Alterna: este tipo de atención es la encargada de que seamos capaces de cambiar el foco atencional de una tarea a otra u otras y ser capaces de retomarlas donde las dejamos. Por ejemplo, durante una conversación nos permite cambiar de tema y al rato volver al anterior sin perdernos.
  • Atención Dividida: en este caso se trata de prestar atención al menos a dos estímulos de forma simultánea dando respuestas diferentes a cada uno de ellos. Por ejemplo, tomar apuntes mientras el profesor explica y escribe en la pizarra.

Como decíamos al principio, la atención está considerada como la llave de acceso para llevar a cabo cualquier actividad mental. Además, sabemos que la atención interactúa de forma estrecha con el resto de funciones ejecutivas, por lo que un funcionamiento deficitario en ella provoca alteraciones en resto de funciones. Por ello, es primordial su entrenamiento desde el comienzo de cualquier intervención neuropsicológica encaminada a la estimulación o entrenamiento de las funciones ejecutivas, que son las encargadas de planificar, organizar, guiar, revisar, regularizar y evaluar nuestro comportamiento.

Paqui Moreno. Psicóloga y Coordinadora de Funciones Cerebrales Superiores en Red Cenit Valencia


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