Uno de los diez mayores hallazgos sobre el cerebro en la última década ha sido descubrir que la conducta adolescente depende en gran parte de los cambios que están produciéndose en su cerebro. Durante muchos años se pensó que había una edad de oro del aprendizaje (de 0 a 7 años aproximadamente), pero ahora sabemos que hay una segunda edad dorada: la adolescencia.

 

En el artículo anterior intentábamos explicar, a grandes rasgos, en qué consisten esos cambios cerebrales para comprender los comportamientos adolescentes. Sintetizando al máximo, vimos que la adolescencia es básicamente una etapa de “reajustes  o puesta a punto” en la que se producen distintos desequilibrios internos, entre otros, entre el sistema límbico (que gestiona las respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales) que madura más temprano, y el sistema que lo controla, el córtex prefrontal que aún está en plena maduración.

Así pues, ya tenemos claro que parte de la conducta adolescente, puede explicarse por la distinta velocidad en la maduración de diferentes regiones cerebrales que están en constante interacción. Pero, también, debemos aclarar que estas distintas velocidades de maduración, no implican que el adolescente sea incapaz de discernir entre lo que está bien o lo que está mal, o de tomar decisiones y por supuesto, tampoco implica que no deban ser responsables de sus actos.

El sistema límbico cuando siente rabia, ira o enfado ante una orden o negativa de los padres responde con un portazo, esta respuesta no ha sido correctamente gestionada por ese córtex prefrontal que se encuentra aún inmaduro y no ha sido eficiente, no ha conseguido frenarla a tiempo. Pongamos un ejemplo: ¿qué le sucede al perro/cachorro cuando entra su dueño en  casa? se pone muy contento: empieza a ladrar, a dar saltos, a lamerle… Hasta aquí perfecto, pero también, se le escapan algunas gotitas de pis y ah!, esto ya no nos gusta tanto, pero se trata de una respuesta fisiológica más,  igual que los lametones, igual que los portazos, igual que los gritos. Para enseñar o corregir al cachorro, ¿se nos ocurriría hacer lo mismo que él?… Por supuesto que no, ¿verdad? Sino que actuamos, le  educamos, le enseñamos a controlar esa desafortunada respuesta y para que interiorice ese aprendizaje, deberemos darle tiempo.

Ya sabemos pues que la adolescencia es una etapa de construcción, de reajustes, de aprendizajes, de entrenamiento para la vida adulta. Como padres, durante esta etapa, también debemos aprender. Cuando son bebés siempre los llevamos por delante de nosotros, bien en brazos bien en el carrito, no los perdemos de vista. Aprenden a andar y los llevamos a nuestro lado, de la mano. Durante la adolescencia comienzan a caminar por delante de nosotros hasta que poco a poco caminan solos, fuera del alcance de nuestros ojos.

Si el adolescente tiene TDAH, su paso por esta etapa puede sernos algo más complicado debido a que se producen cambios en la expresión de los síntomas que acompañan al trastorno. Si en la infancia presentaba hiperactividad, ésta se verá reducida de forma externa, aunque esa sensación de necesidad de movimiento la continuará padeciendo internamente aunque externamente no la manifieste.

La impulsividad  y el déficit de atención seguirán persistiendo y las veremos reflejadas en distintas áreas del comportamiento: olvidos, desorganización, impulsividad, accidentes frecuentes, actuaciones irreflexivas (incluso de riesgo), retraso en las tareas (especialmente las relacionadas con sus propias dificultades), un rendimiento académico por debajo de su potencial. Todo ello da lugar a la pérdida de la autoestima, a conductas más negativas o desafiantes y que traen como consecuencia el aumento de las mentiras, los ocultamientos, la ansiedad y la angustia.

Pero no seamos alarmistas, los estudios científicos confirman que, si bien es cierto, que algunos adolescentes se topan con algunos obstáculos, la mayoría de ellos los superan satisfactoriamente.

Comprender cómo funciona el cerebro adolescente puede ayudarnos gestionar las posibles situaciones, más o menos difíciles, que se nos puedan presentar con ellos. A lo largo de estos años es importante continuar manteniendo y fortaleciendo el vínculo familiar, tratando de fomentar una buena comunicación.

Los padres debemos tener claro que, aunque debemos ser cercanos a ellos (pero sabiendo siempre que no somos sus amigos), debemos continuar manteniendo unas normas de funcionamiento familiar, dejando claro lo que pueden hacer y dónde están los límites. Por supuesto, no estamos hablando de adolescentes con graves problemas de conducta y que requieren de un tratamiento especializado.

Dicho así todo parece fácil y sencillo pero, ¿qué debemos hacer cuando da el portazo? Lo esencial y lo más importante es no perder jamás la calma (nuestro córtex prefrontal ya ha madurado y debe ser capaz de controlar a nuestro sistema límbico). No nos tomemos todo lo que haga como algo personal, no lo hacen para fastidiarnos.

Veámoslos bajo el prisma de la ciencia: “están en proceso de maduración”, si adoptamos esta actitud nos resultará más sencillo. Aunque nos cueste, debemos entender que ya no son niños a los que educamos dando órdenes, pero tampoco son adultos, están aprendiendo a serlo. Poco a poco deberemos empezar a negociar ciertas cosas con ellos, a darles más libertad a medida que se nos muestren más responsables.

Veamos el ejemplo de la hora de llegar a casa, la eterna batalla. Démosle esa libertad por pasos, que se la gane. Imaginemos que la meta (que siempre la marcarán los padres) es llegar a las 12 de la noche. Negociémoslo. Deberá pasar por ciertos periodos de prueba para demostrarnos que es responsable. Deberá llegar primero a las 10:30, luego a las 11, a las 11:30 hasta llegar a la meta que son las 12. Para conseguir la meta deberá cumplir con cada una de las horas durante un tiempo establecido de común acuerdo (puede ser durante un mes). Además, estableceremos las condiciones, por ejemplo, si falla durante alguno de los periodos volverá al horario inmediatamente anterior. De este modo, todos sabremos a qué atenernos. Nos evitamos una discusión, un castigo, evitamos reproches. Si retroceden o avanzan es responsabilidad de ellos, no los castigamos nosotros, sencillamente asumen las consecuencias de sus actos, se responsabilizan de su conducta. Porque…Si aparcamos en doble fila y nos multan ¿de quién es la culpa? ¿Del policía que nos la pone? ¿Nuestra por hacer algo que sabíamos que podría acabar así? De eso se trata, de aprender a ser dueños de nuestras conductas y de nuestros actos y de ser capaces de asumir las consecuencias que de ella se deriven, sean buenas o malas, sin buscar culpables.

Las negociones serán claves durante esta época. Negociar con ellos es uno de los mejores métodos para desarrollar comportamientos independientes y responsables. Por supuesto, en toda negociación deben establecerse tanto las condiciones de cumplimiento, de forma muy clara, como las consecuencias de su ruptura y los beneficios de su cumplimiento. A los adolescentes les resulta más fácil y motivante cumplir las reglas y negociaciones en las que han participado que aquellas que sencillamente se les impone porque sí, “porque lo digo yo”. Los padres por su parte, se desprenden así del papel de “castigador” ya que las consecuencias, buenas o malas, dependerán de que los hijos cumplan o no con lo negociado.

Deberemos establecer unas “reglas básicas” de convivencia, no muchas, pero en aquí tenemos que ser estrictos en el cumplimiento de las mismas. En este apartado, cada padre o familia tiene una serie de aspectos referentes a reglas básicas para vivir en sociedad, unos valores que desea inculcar, una moral. Estas reglas básicas no serán negociables.

Y fundamental, jamás discutir “en caliente”. En caliente todos nos creemos en posesión de la razón, no escuchamos, no entendemos y no cedemos y por tanto no damos con la solución ni adecuada ni equitativa. Esperemos a estar todos calmados, la calma nos ayuda a ver las cosas de distinta manera, más claras, la calma nos permite y nos ayuda a escuchar, y cuando escuchamos estamos más abiertos a la comprensión, y cuando comprendemos, las soluciones son más fáciles de encontrar,  son más justas y son mucho más eficientes.

Comprensión, paciencia y mucha negociación. Esta etapa es dura, pero totalmente superable.

Paqui Moreno psicóloga y terapeuta en Red Cenit.