Las personas que sufren algún tipo de trastorno disruptivo, de control de impulsos y de la conducta se caracterizan por tener problemas en el autocontrol del comportamiento y en la regulación y gestión de las emociones. En muchas ocasiones, estos comportamientos transgreden las normas sociales y habitualmente, los derechos de los demás.
Los trastornos de conducta suelen presentarse como continuación del trastorno negativista desafiante y normalmente se inicia en la infancia tardía o en la adolescencia. Se estima que aproximadamente el 3.5% de los niños y jóvenes con edades comprendidas entre los 3 y los 17 años pueden padecer este tipo de trastorno.
Se puede identificar cuando la persona responde con actitudes agresivas, discusiones o enfado en forma desafiante de manera persistente en el tiempo y con una intensidad grave, lo que suele ocasionar dificultades relacionales en los diferentes ámbitos de la vida, sobre todo en las relaciones sociales.
Algunos ejemplos de los comportamientos que se observan cuando existen los trastornos de conducta son:
- Irritabilidad o enfado intenso y desregulado.
- Discusiones y dificultad para respetar los límites y las normas.
- Resentimiento y/o rencor.
- Agresividad que ocasiona daño a los demás, al entorno y/o pertenencias de otros.
- Negación de la responsabilidad ante las consecuencias de los propios actos.
- Mentiras.
- Etc…
Este tipo de comportamiento genera gran malestar y sentimientos de indefensión a padres, educadores y en general a las personas que se relacionan con el niño/adolescente y que forman parte de su entorno directo. Con frecuencia, en un intento de recuperar el equilibrio, la respuesta por parte de estos es imponerse o desistir, lo que en ambos casos y en ambas partes, aumenta y prolonga el malestar.
Es importante tener en cuenta que el comportamiento desadaptativo que manifiesta el niño/adolescente forma parte de la sintomatología de las emociones desagradables que en ese momento está sintiendo, desencadenadas generalmente por situaciones que él mismo interpreta como negativas y/o para las que no tiene recursos.
Ante este círculo de malestar, la evaluación del niño y de la familia es necesaria, con el fin de discriminar entre los trastornos del comportamiento, la existencia de posibles conductas dentro de la normalidad propias de un niño/adolescente de su edad, y/o la necesidad de los padres de adquirir asesoramiento y pautas ante situaciones difíciles determinadas.
Una evaluación e intervención temprana son claves para paliar el malestar presente, prevenir la aparición de problemas en el futuro y fomentar el desarrollo familiar y personal.
Investigaciones recientes señalan que las líneas de intervención para un tratamiento eficaz ante los trastornos del comportamiento incluyen: atención y asesoramiento familiar, atención y acompañamiento terapéutico al niño o adolescente, programas escolares y programas comunitarios.
Cabe destacar la importancia de la implicación familiar para conseguir resultados satisfactorios en el tratamiento, ya que los trastornos de conducta pueden mejorar o empeorar en función de las estrategias que los adultos de referencia utilicemos.
Irene Adam Climent, Psicóloga Clínica en Red Cenit Valencia
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