Hace ya tiempo me topé con las reflexiones de Esther Friedman, una periodista estadounidense que firmaba sus columnas bajo el seudónimo de Ann Landers, sobre como se ve a los padres con el paso de los años. Aunque las edades puedan variar algo, estas reflexiones me parecieron bastante reales y certeras. Aunque muchos las conozcáis me gustaría recordarlas hoy en homenaje a todos los PAPAS.
A los 4 años: Mi papá puede hacer de todo.
A los 5 años: Mi papá sabe un montón.
A los 6 años: Mi papá es más inteligente que el tuyo.
A los 8 años: Mi papá no lo sabe exactamente todo.
A los 10 años: En la época de mi padre las cosas eran distintas.
A los 12 años: Mi padre no sabe nada de eso, es demasiado viejo para recordar su infancia.
A los 14 años: No le hagas caso a mi viejo. Es un anticuado.
A los 21 años: Mi padre está fuera de onda.
A los 25 años: Papá sabe un poco de eso.
A los 30 años: No voy a hacer nada hasta no hablar con papá.
A los 40 años: Me pregunto cómo hubiese solucionado esto mi padre, tiene tanta experiencia.
A los 50 años: Daría cualquier cosa para que mi padre estuviera aquí y poder hablar con él. Lástima que no lo valoré lo suficiente. Podría haber aprendido tantas cosas de él.
Estos ejemplos, nos reflejan claramente como del mismo modo que tras las fuertes tormentas los ríos vuelven a sus cauces, con el paso de los años, la admiración que los pequeños sienten por sus papás vuelve a ser sentida por el hijo adulto, una admiración menos distorsionada más real y mucho más comprensiva.
Hasta los 8 años el padre es el superhéroe, el fuerte, el referente, el que le transmite seguridad y protección, el que “lo puede todo, todo y todo”. Tal vez esta sea la etapa más dulce para todos.
Entre los 9 y 11 ó 12 años comienzan la etapa que separa la niñez de la adolescencia y empiezan a cuestionarse ciertas cosas, a tener su propia opinión. En esta época aparecen los primeros avisos de lo que queda por venir, comienzan a aflorar pequeñas tensiones, empiezan a cuestionarse que tal vez su superhéroe tiene algunos fallos y que probablemente no “lo puede todo”.
Es a partir de los 12 ó 14 años cuando la brecha generacional empieza a marcarse de forma más notable. Empieza el despegue y comienzan a valorar y confiar más en sus amigos. Quedan por delante unos interminables años, más o menos duros para todos, pero recordemos que los ríos siempre vuelven a sus cauces.
Con independencia de la edad que se tenga, el hijo necesita que se le escuche y que se le escuche de forma activa, sin juzgarlos, porque sólo cuando escuchamos sin prejuicios y sólo entonces, somos capaces de comprender y eso es precisamente lo que necesitan, comprensión, para ello es importante emplear las palabras “piensas” o “sientes”.
Aunque el padre crea saber lo que siente su hijo sólo porque en algún momento él también tuvo esa edad, lo cierto es que no es del todo así. Los hijos viven en un mundo diferente del que crecieron los padres. Siempre ha sido así.
El rechazo que suele producirse durante la adolescencia (aunque no siempre tiene por qué ser así) hacia los valores que el padre inculca a su hijo desde la infancia, es en realidad un rechazo parcial, temporal o superficial. Vemos como en las reflexiones de Ann Landers, una vez superada esta etapa, difícil en la vida, los hijos admiramos a los padres tanto o más que cuando éramos niños. Creo que no me equivoco si digo que la admiración, respeto y amor del hijo adulto hacia su padre es incluso mucho mayor que la del niño pequeño porque es entonces, cuando realmente sabemos valorar, entender y comprender todos sus esfuerzos, sacrificios y preocupaciones. Ahora entendemos esos NO que nos enfrentaron y que ahora pronunciamos nosotros, porque nos ayudaron a madurar, a crecer, a valorar, a ser fuertes. Ahora entendemos el significado de “lo hago por tu bien” cuando pensábamos que lo hacían para fastidiarnos.
Ahora que, además, de ser hijo eres padre ahora empiezas a entender tantas cosas.
Sea cual sea la edad de tu hijo, si hoy recibes un regalo y te escribe: “para el mejor papá del mundo”, créetelo porque para él realmente eres el mejor.
Y después de todo, me permito decir que el mejor padre del mundo es el mío, y que es verdad, que daría CUALQUIER COSA porque estuvieses aquí. Papá, ni te imaginas cuánto te quiero.
Paqui, hija de Diego Moreno