El autocontrol se refiere a la capacidad que las personas adquirimos para regular  de forma consciente y voluntaria la atención, la emoción y los impulsos del comportamiento, lo que nos hace capaces de ignorar las tentaciones inmediatas y que entran en conflicto con los objetivos propuestos. Un escaso autocontrol supone el ser incapaz de posponer una gratificación inmediata, en función de otra posterior  o de conseguir un objetivo mayor que pueda repercutir positivamente sobre la conducta. En definitiva, los problemas de autocontrol  conllevan dificultades para ajustar la conducta a las diferentes circunstancias, tiempos y lugares.

Con frecuencia, a las personas con TDAH se las tacha de irresponsables, indisciplinadas, desorganizadas, desmotivadas, vagas, maleducadas…; todos estos calificativos suelen ser la consecuencia directa de los problemas de autocontrol que presentan y que se traducen en dificultades para controlar tanto sus cogniciones como su conducta en los momentos requeridos.

La capacidad de autocontrolarnos o autorregularnos no es innata, la aprendemos. Algunos niños tienen alteraciones orgánicas que explican su impulsividad y hacen difícil el control y la autorregulación. Otros, sin tener alteraciones orgánicas, no controlan su conducta ni la ajustan a las distintas circunstancias, espacios y momentos porque no han aprendido a hacerlo. Todo ello se manifiesta de distintas formas:

  • Presentan problemas para desarrollar los hábitos más básicos (vestirse a buen ritmo, acordarse de lavarse los dientes, llevar todo lo necesario en la mochila,…)
  • Dificultad para cumplir con las normas debido sus dificultades para ajustar su comportamiento a cualquier marco estable.
  • Dificultades para seguir y cumplir órdenes o instrucciones, lo que empeora aún más cuanto más complejas son o si se dictan a la vez más de una.
  • Inconstancia en sus tareas.
  • Problemas para controlar adecuadamente sus emociones.
  • No generan alternativas diferentes ante problemas diferentes, dando siempre la misma respuesta.
  • Carecen de las estrategias adecuadas para hacer uso del lenguaje interno.

Tanto si actúan de forma impulsiva y descontrolada por alteraciones orgánicas, como si lo hacen porque no han aprendido conductas de control y autorregulación, debemos intervenir y ayudarlos a que aprendan ya que, las consecuencias que tiene el no ser capaz de gobernar la propia conducta, el no tener voluntad sobre ella, no solo acaba mellando su autoestima además:

  • Aparecen problemas emocionales como consecuencia de sus intentos fallidos de control, lo que puede provocar que en edades más tardías aparezcan síntomas de depresión y/o ansiedad.
  • Al resultar molestos, pueden ser rechazados y acabar apartados del grupo y/o de actividades familiares.
  • Aunque intenten cambiar les resulta muy costoso conseguirlo (en el mejor de los casos), estos fracasos van generándoles sentimientos de impotencia y de culpa, y poco a poco van forjando un autoconcepto muy negativo.
  • La tensión familiar y los conflictos con los compañeros provoca mucha frustración y desgate personal tanto a padres como a profesores por la constante necesidad de supervisión.

Aprovechemos el comienzo del nuevo curso para intentar cambiar todos un poquito. Si pretendemos que nuestros niños cambien pero nosotros continuamos actuando de la misma forma y sin resultados hasta ahora, difícilmente lo conseguiremos. Para provocar el cambio en ellos, nosotros debemos cambiar primero.

Para ayudar a niños con dificultades de autocontrol y autorregulación, podemos poner en práctica algunas estrategias:

  • Organizar el entorno tanto escolar como familiar. Establecer pautas concretas y claras, señalando cual es la dosis adecuada, el momento oportuno y el espacio conveniente para que una conducta resulte saludable y controlada. En un clima estructurado y predecible, los niños con problemas de autocontrol pueden saber qué hacer en cada momento, qué viene a continuación, cómo pueden prepararse…
  • Proporcionarles las tareas escolares divididas en bloques más pequeños. Con ello conseguiremos que la persistencia requerida para resolverlas y finalizarlas, así como el tiempo requerido para inhibir la conducta, sean menores. Además, conseguiremos generarles sentimientos de éxito al saberse capaces de cumplir las metas que les planteamos.
  • Dejar claros por ejemplo, los horarios para levantarse y acostarse, prácticas de aseo y cuidado, compostura en la comida, visitas dentro y fuera de la casa, viajes, uso de la televisión y el ordenador,…
  • Aplicar las normas con serenidad, justicia, coherencia, firmeza y constancia. Convertirlas en rutinas.
  • Formular las órdenes o instrucciones de forma que no admitan ambigüedad y dosificarlas. No es aconsejable ordenar varias cosas a la vez, sino esperar a que haya realizado la primera tarea antes de exigirle la siguiente. Formularlas de forma concisa, a ser posible no superar las ocho palabras.
  • Favorecer el uso y aplicación de autoinstrucciones para fomentar y desarrollar el uso del lenguaje interno como factor clave en la dirección de las conductas.
  • Utilizar el control externo en las situaciones más difíciles y retirarlo progresivamente, nunca de golpe.
  • Para aumentar su motivación, les dejaremos claras cuáles serán sus recompensas por cumplir con lo pactado.
  • Propiciarles situaciones de éxito, destacarlas y alabarles por conseguirlo, esto hará que se sientan más competentes.
  • Estructura el ambiente con señales visuales que les recuerden la necesidad de PARAR Y PENSAR ANTES DE ACTUAR.
  • Enseñarles y pactar con ellos códigos de gestos o señales privados, que funcionen como mensajes, que les recuerden las pautas o rutinas de forma automática. Los profesores pueden pactar con el alumno señales silenciosas, (tocar, mirar, hacer un guiño, levantar una mano, hacer una cruz en la pizarra,…), que actúen como recordatorio de normas y utilizarlas cuando convenga.
  • Fomentaremos el uso de los automensajes interiorizados. Para ello  les pediremos que piensen en voz alta, que cuenten lo que hacen, o tienen que hacer, con ello les posibilitaremos la producción del lenguaje interno que debe mediar sus conductas.
  • Sustituir poco a poco los consejos y normas externos provenientes de los adultos por automensajes que el propio niño se dice a sí mismo para regular su comportamiento.
  • Enseñarles los procesos adecuados de resolución de problemas actuando de modelo en el uso del lenguaje interno.
  • Para mejorar sus estrategias en la resolución de problemas, además analizaremos con ellos las situaciones así como las consecuencias de los comportamientos tanto propios como ajenos. Pensaremos en soluciones alternativas a la ejecutada. Le devolveremos la información sobre su comportamiento destacando el acercamiento o no, a las metas establecidas.
  • Entrenarles en autoevaluación, les pediremos que sean ellos los que se juzguen.
  • Los profesores pueden reforzar las conductas controladas de otros alumnos que puedan actuar como modelo (aprendizaje vicario): “Voy a preguntar a Alberto, que está sentado, en silencio y con la mano levantada”.
  • Reforzar, por supuesto, las conductas controladas de los niños con problemas de autocontrol; las que se ajustan a la dosis, el momento y el espacio adecuados; cuando sean saludables y oportunas así como las aproximaciones e intentos parciales de control.
  • Informarle de sus progresos. Reforzar de modo consistente los progresos que se produzcan, por pequeños que parezcan. La satisfacción manifiesta de los adultos ante los progresos del niño es un reforzador de la conducta que está cambiando y contribuye a que vaya creándose una autoimagen positiva que le ayude a conseguir una mayor estabilidad en su comportamiento y en su estado de ánimo.
  • Siempre que sea posible, ALABAR EN PÚBLICO, RECRIMINAR EN PRIVADO.

Y para terminar solo recordar algo INDISPENSABLE: COORDINAR LAS ACTUACIONES DE LOS ADULTOS. Procurar que todas las personas que enseñan autocontrol y autorregulación al niño sigan las mismas directrices y eviten actuaciones y/ mensajes contradictorios.

Paqui Moreno, psicóloga y terapeuta en Red Cenit