Desde Red Cenit buscamos trabajar desde un enfoque positivo, reforzando la seguridad de la relación terapéutica y la autoestima de los niños. Conocemos el poder del refuerzo positivo para fortalecer conductas, con la finalidad de que estas se repitan en el futuro. Los adultos, además y sin gran esfuerzo, felicitamos a los niños por muchas de sus actitudes desde sus primeros meses de vida: repetir una palabra, dar sus primeros pasos, chutar la pelota, encajar una pieza, escribir por primera vez, ordenar su habitación, ponerse las zapatillas sólo, etc. El sentido común nos dice que alabar a los niños por sus retos alcanzados es bueno y les animamos con incentivos como: “¡Muy bien!”; “¡Eres un campeón!”, pero, ¿estos elogios realmente incentivan a los niños a repetir la buena actitud que hemos elogiado, o podrían tener efectos no deseados?

Vamos a proponer 5 reflexiones para sacar mejor provecho de esta práctica de crianza.

1) Más contenido: ¿qué es lo que ha hecho muy bien?

Cuando les brindamos elogios genéricos como “¡genial!”, “¡muy bien!”, etc., no les especificamos qué es exactamente lo que han hecho bien, sino que les trasmitimos que deben de estar pendientes del adulto, quien va a evaluarlos y aprobarlos, (o no).
Si no les decimos puntualmente lo que han hecho bien no pueden motivarse a hacerlo bien la próxima vez. El mayor peligro es que estamos enfocándonos en el resultado, (que le salga bien, por supuesto), y no en el esfuerzo del niño.
Tomemos el ejemplo de los Juego Olímpicos: los niños y nosotros mismos nos sentimos atraídos por una medalla de oro, pero por lo que hay que felicitar a un atleta, además de por su medalla, es por todo el esfuerzo que ha habido detrás de ella y que le ha permitido conseguirla.

Recordemos, por tanto, especificar lo que ha hecho bien el niño; en qué ha mejorado: “Has escrito dentro de las márgenes de la línea”; “Fuiste sin los ruedines un metro”; “Gracias por colgar tu toalla”. Y por supuesto, no nos olvidemos de felicitarle por sus esfuerzos y trabajo duro, independientemente del resultado: “Tus esfuerzos están mereciendo la pena”; “Has trabajado duro, cada vez te saldrá mejor”.

2) Más interacción y menos elogio

Seguir la interacción, valorar su trabajo, preguntar sobre el proceso de hacerlo y por sus propias opiniones: qué le ha gustado más en su trabajo, qué parte le ha sido más difícil realizar, … Todo eso puede ser más potente para incentivar a los niños que un elogio genérico.

Nuestra atención hacia ellos, el mantenimiento del interés y de la conversación, y la interacción valen más que un gran elogio seguido por la interrupción de nuestra atención hacia ellos.

3) ¿Sólo me quiere si lo hago bien?

Los niños pequeños buscan la aprobación de los adultos, pero lo que más necesitan es sentirse amados incondicionalmente.
El elogio es un juicio positivo, pero a la vez condiciona nuestro reconocimiento y atención por hacer algo según nuestras medidas/criterio. Un “¡Muy bien!” aunque sea positivo, es una evaluación así como un “¡Mal hecho!” y ambos juzgan a los niños, para bien o para mal.

Debemos estar atentos y garantizar que mostramos a los niños nuestro amor incondicional a través de elogios como: “Eres un gran hijo/hermano”; “Soy tan feliz de que seas mi hijo”; “Confío en ti”

4) Elogios disfrazados de castigo

No compares sus habilidades con las de otros niños, principalmente hermanos.
Alabanzas como: “Has dibujado tan bien como tu hermano”, les trasmiten que el patrón a seguir es el del hermano, que tiene que equipararse a él. Esto puede generar sentimientos de rivalidad entre ellos y afectar la autoestima del niño. Anima al niño a mejorar sus habilidades, comparándose consigo mismo: “Hoy has dibujado sin salirte”

5) Ampliar el foco a los demás

Un buen antídoto para no alimentar el ego y no dejarlos dependientes de los elogios es ampliar el foco de atención a los demás, ayudándoles a percibir el efecto de sus acciones sobre su entorno y especialmente sobre las emociones de los demás: “Mira que contenta está Lucía por jugar contigo” en vez de un simple: “Me gusta que compartas con tu hermana”.

Del mismo modo, además de alabar una actitud adecuada, (guardar los juguetes, ordenar su material, …), reflexionar con ellos sobre las normas sociales, escolares o familiares; sobre qué podemos hacer para funcionar bien como grupo; y sobre el efecto en los demás de lo que hacemos o no.

Esto puede ayudar a que nuestros pequeños héroes sean más reflexivos, empáticos y autónomos.

Naiara Minto de Sousa, psicóloga y colaboradora de Red Cenit