Se entiende como daño cerebral, “un daño al tejido vivo del cerebro”, es decir, una afectación directa sobre el cerebro, bien por causas externas o internas, que produce un compromiso de las habilidades funcionales físicas, psicosociales y/o cognitivas de la persona.

 

En los últimos años, ha habido un progresivo incremento de personas afectadas por trastornos neurológicos, en especial de traumatismos craneoencefálicos y accidentes vasculares cerebrales incluidos dentro de lo que se conoce como Daño Cerebral Adquirido. Por otra parte, también hay un incremento constante de los procesos neurodegenerativos debido a la, cada vez mayor, esperanza de vida y por tanto, el progresivo envejecimiento de la población, lo que conlleva un incremento de la población de edad avanzada.

El Daño Cerebral Adquirido, se define como la discapacidad motora, sensorial y neuroconductual por las lesiones neurológicas generadas después del nacimiento del individuo (no secundarias a alteraciones congénitas ni connatales). Este daño, supone la afectación de las estructuras encefálicas en personas que, habiendo nacido sin ningún tipo de daño cerebral, sufren en un momento posterior de su vida, lesiones cerebrales que irrumpen de manera brusca e inesperada en su trayectoria vital, provocando en una gran cantidad de casos secuelas muy variadas y complejas.

Veamos 3 ejemplos reales de cómo el daño cerebral entra en la vida de los afectados y sus familias de la forma más cotidiana y natural, sin distinguir edad o sexo.

Son las dos de la madrugada, puerta de urgencias de un hospital cualquiera de una ciudad cualquiera. Un grupo de jóvenes de 17 años entran muy asustados con su amigo Carlos, se encuentra muy mal, han estado de juerga pero no es normal, nunca lo habían visto así, ha bebido dos cubatas y saben que él aguanta muchos más. No se sujeta en pie, se cae, deben llevarlo entre varios, apenas le entienden cuando habla y entre balbuceos solo consiguen adivinar que le duele mucho la cabeza. Lo mandan a casa, diagnóstico: está borracho. A la mañana siguiente Carlos no se levanta de la cama, algo anormal  porque aunque salga de fiesta él no perdona un partido, los padres lo saben. Lo llaman, insisten y Carlos sigue sin poder articular palabra, asustados al ver el estado de su hijo lo llevan de nuevo al hospital, no solo no está mejor, ha empeorado. Diagnóstico: Carlos no estaba borracho, sufrió un accidente cerebro vascular, un ictus. Su vida y la de su familia ya no será la misma, deberán aprender a convivir con un daño cerebral adquirido.

Juan de 42 años, es un hombre extrovertido y un responsable padre de dos niños de 10 y 8 años, está felizmente casado y ha tenido éxito con sus negocios de hostelería. Es verano y como cada año Juan vuelve a su pueblo unos días. Allí, se reencuentra con sus amigos de la infancia y como siempre él y sus amigos van a darse un baño al río con sus hijos. Juan trata de sorprender a sus hijos y se lanza de cabeza al agua desde un saliente de la montaña que hace como una especie de trampolín natural. Lo tiene todo controlado, lo conoce bien y no es la primera vez que lo hace, pero la mala fortuna hace que le falle un brazo y se golpea fuertemente en la cabeza. Al ver que no sale a flote sus amigos se lanzan a buscarlo, está inconsciente, no lo dudan y lo trasladan al hospital rápidamente. Por el camino recupera la consciencia pero parece confuso y no sabe bien qué está pasando. Diagnóstico: Traumatismo craneoencefálico.

Emma es una alegre niña de 8 años, en el colegio no tiene problemas, es muy sociable, tiene amigos y saca muy buenas notas. Son las cinco y media de la tarde y como cada día Emma va al parque. Está jugando con sus amiguitas mientras las madres, atentas de los niños, hablan de sus cosas pero de pronto, la madre de  Emma da un grito y sale corriendo. La niña ha caído desde arriba del tobogán y se ha dado un fuerte golpe en la cabeza, llora desconsolada. La madre duda en si llevarla o no a urgencias, pero como parece que se calma pronto y quiere seguir jugando finalmente no van. No le ha pasado nada, solo ha sido un susto, un gran chichón en la frente, del que presumirá en el cole, y que desaparecerá en unos días. Ahora, Emma tiene doce años y su rendimiento académico ha caído en picado, posiblemente repita curso. Los padres preocupados deciden llevarla a un centro del que les han hablado, especializado en trastornos del neurodesarrollo, para que le realicen una evaluación neuropsicológica que pueda aclararles por qué el rendimiento de Emma, que era una niña brillante, ha ido descendiendo cada vez más aunque su esfuerzo es mayor. Diagnóstico: Emma presenta un trastorno disejecutivo consecuencia de aquel golpe en el parque y que ahora muestra sus consecuencias años después.

Como vemos, este tipo de trastornos son una fuente de discapacidad que afecta a la globalidad de la persona, ya que, comportan cambios que pueden repercutir profundamente en el funcionamiento cognitivo, emocional, conductual y/o físico, que a su vez pueden tener repercusiones en el entorno familiar, educativo, laboral y social.

La evaluación neuropsicológica, es el primer paso para desarrollar un programa de tratamiento de rehabilitación neuropsicológico minucioso, específico y especializado, dado que, mediante ella determinaremos el perfil de las capacidades preservadas y afectadas, estableciendo una línea base con la que comparar la evolución y el éxito del programa de intervención planificado con  los objetivos y las metas de la rehabilitación. Por tanto, tanto la evaluación como la rehabilitación neuropsicológica se hacen fundamentales para contribuir a optimizar el proceso de recuperación con el objetivo final de mejorar la calidad de vida de todos los implicados.

Por supuesto, no hay que olvidar que todas las enfermedades graves, con efectos duraderos y que además, afectan a aspectos sustanciales de la persona tienen un impacto notable en el seno familiar. Tanto la familia, como la persona con lesión cerebral sufren un trauma cuando ocurre un Daño Cerebral Adquirido. La familia se encuentra bajo una tensión extrema, puesto que junto con los posibles cambios en el funcionamiento físico y de la personalidad sufridos por el afectado, debe asumir papeles a los cuales no está acostumbrada, se tienen que enfrentar a una situación totalmente desconocida para ellos, tomar decisiones para las que a veces no están preparados como proveer cuidados, convertirse en el encargado de la familia, defender los derechos de la persona lesionada…

Si además, los síntomas afectan a la interacción social, presentando conductas que los familiares no entienden o que les resultan hirientes o bochornosas, el impacto es mayor. Necesitan un apoyo y una información precisa en todas las etapas por las que van atravesando y además, hay que tener en cuenta que sus necesidades irán cambiando con el tiempo. Por ello, debemos darle su importancia, también, a la intervención familiar, resulta imprescindible porque los familiares que normalmente suelen asumir el papel de cuidadores a lo largo del proceso, también, necesitarán sentirse igual de bien cuidados.

Paqui Moreno, psicóloga y terapeuta en Red Cenit.