El miedo es una emoción con la que el ser humano debe aprender a lidiar y a distinguir cuando nos protege y cuando nos destruye. Por tanto si actuamos sobreprotegiendo a los más pequeños no les ayudamos a enfrentarse a los miedos por temor a que se frustren, fallen o se decepcionen, es decir, el miedo toma un importante papel entre los mayores y los pequeños.
El enfrentarse a estos miedos es una variante más de la educación emocional y si entrenamos una de las habilidades del ser humano, la valentía, podemos afrontarlos. Es así que cuando un niñ/a nos diga que tiene miedo no podemos decirle que no lo tenga, sino explicarle, que entiendes lo que siente. Porque los miedos existen, además, en la mayoría de ocasiones se dan por falta de información, por lo desconocido y por aquello que no entendemos o no podemos explicar, por este motivo y con más razón es importante concretar ¿qué les da miedo y por qué?
Es relevante y urgente atajar de alguna forma los temores que van a entorpecer los temores de los más pequeños, educarles desde la pedagogía del coraje, la cual les convertirá en unos seres completos donde la valentía y el amor propio serán claves en su proceso de vida.
La crianza de hijos sobreprotegidos deriva en diferentes clases de niños. Por una lado, existen los niños dictadores, que no han sufrido por la excesiva supervisión de los padres y que en un futuro pueden creerse que tienen muchos derechos y ningún deber, por lo que resulta complicado que puedan adaptarse a una sociedad y formar parte de ella con respeto. Por otro lado, los niños sobreprotegidos no conocen y experimentan las cosas por sí mismos y desde pequeños tienen tantas barreras para no herirse, que hace que los miedos les inunden y puedan sentirse frustrados, además, se crea una falta de autonomía que les causa dependencia hasta edades bastante tardías.
Los niños sin autonomía tienen miedos que les provoca no ser ellos mismos y si miramos hacia su futuro podría provocar: falta de identidad ya que lleva consigo una falta de autoconcepto provocando una baja autoestima además, de una mínima tolerancia a la frustración, porque todo hasta hoy ha sido fácil, bien porque lo han hecho por mí o porque han tenido muchos algodones amortiguando el golpe.
Como padres y madres, existe un instinto natural de protección hacia los hijos. Las sensaciones de miedo, inseguridad y la necesidad de protegerlos surge de forma natural en nosotros. Pero debemos tener bien claro, como educadores/padres, y preguntarnos si realmente son las decisiones como padres y madres los que van a educar a los hijos, o si son los miedos y las inseguridades de cada uno las que dirigirán dicha labor.
El mundo está lleno de dificultades y no se pueden esconder a los pequeños las piedras del camino de la vida. Debemos enseñarles a distinguir las dificultades, los peligros y en cierta forma dejarles que por sí solos exploren y descubran. Si se caen, mirar cómo se caen y apoyarles para levantarse, pero no impedir que se caigan ya que de lo que más se aprende es cuando uno se levanta solo.
Debemos hablar sobre lo que es seguro o no, en la calle, en la escuela, con los amigos,… Debemos dejarles hablar y que nos expresen sus propias dudas, miedos e inseguridades. Hablar es el primer paso para la superación de cualquier fobia, para enfrentarse a lo que sucede en cada momento.
En muchas ocasiones con los niños sobreprotegidos en exceso, conseguimos el efecto contrario: inundar a las personas de miedos que les acompañan en los momentos más cruciales de sus vidas sin saber cómo enfrentarse a ellos.
Por ello, como padres y educadores podemos convertir en «valientes héroes» a nuestros hijos/alumnos, si les enseñamos a ser valientes. Deberemos creer primero en nosotros mismos y dejar de un lado nuestras propias inseguridades de adultos, es decir, también aprenderemos nosotros en este proceso. Creer en nosotros mismos para dar el ejemplo de personas seguras y vencedoras de los miedos, conocedoras del valor de las cosas más pequeñas, que son las que realmente le hacen a uno mejor persona y estar más presente en esta realidad. Cuando nuestros hijos se den cuenta que el caerse es una forma más de pasar por la vida, lo tomarán como parte de ella y la forma de adaptarse a los cambios que puede haber en ella será más fácil, les servirá de experiencia para próximas andaduras.
Debemos resaltar la difícil tarea de educar, siendo la familia la máxima responsable de poner límites en la educación y ser conscientes de lo importante que es pasar tiempo con los hijos, mostrándoles que la mejor manera de aprender es por uno mismo, enseñarles que equivocarse es aprender a vivir, dando oportunidades cuando lo necesiten y acompañarles en el proceso de la vida, valorando sus pasos cualesquiera que sean y no sólo el resultado de algo que quizás llega o no llega. Lo más importante es ser valiente intentando superarse, intentarlo es la clave.
Proteger a un hijo cuando es un bebé es instintivo y necesario, pero a medida que crecen es crucial enseñarles a madurar su autonomía y afrontar sus miedos. Si se actúa por ellos y se está pendiente de sus menores deseos, se potencia sin querer que no crezcan con la capacidad de tomar decisiones y se impide que el niño o la niña desarrollen sus propios mecanismos de defensa tan importantes para afrontar la vida.
“ La infancia es un tiempo de aprendizaje en el cuál, cada ser humano, puede hacerse dueño de su propio destino.”
Vanessa Civera Gracia pedagoga y terapeuta en Red Cenit Valencia