Acostumbrados a leer en este blog posts sobre problemas infantojuveniles, puede sorprender que hoy hablemos de un problema que se manifiesta, generalmente, en edades avanzadas: el Alzehimer. Pero tengamos algo muy presente: lo que hagamos hoy, a partir de ya, influirá de forma decisiva en la prevención y en el retraso de la aparición de los síntomas de esta cruel enfermedad neurodegenerativa, cuya incidencia aumenta porque también lo hace la esperanza de vida. Pero no solo eso, de no padecer esta enfermedad, ni ningún otro tipo de demencia o daño cerebral, disfrutaremos de una vejez mucho más lúcida e independiente.
Y no nos equivoquemos: cuando hablo de “lo que hagamos hoy”, me refiero a lo que hagamos a cualquier edad y a lo largo de todo nuestro ciclo vital. De modo que, cuanto antes empecemos a mejorar e incrementar nuestra reserva cognitiva, tanto mejor para todos.
Estamos hablando de prevención, y esta prevención, como ya se está demostrando, comienza desde la infancia.
Debemos saber que aunque el Alzheimer se manifieste generalmente en la tercera edad, el cerebro comienza a lesionarse varias décadas antes.
¿Y a qué nos referimos cuando hablamos de reserva cognitiva?
La reserva cognitiva es como nuestro capital mental, como nuestro plan de pensiones. La diferencia es que mientras este es para emplearlo en un momento concreto de nuestras vidas, la reserva cognitiva puede sernos de utilidad en cualquier momento, porque, por ejemplo, ¿alguien está exento de sufrir un daño cerebral adquirido? No.
Este capital va incrementándose a través de la experiencia y de la estimulación de las capacidades mentales a lo largo de la vida. Cuanto mayor sea nuestro capital, nuestra reserva cognitiva más nos ayudará a compensar los efectos en la eficiencia de nuestras capacidades cognitivas, tanto del envejecimiento normal, como de alteraciones cerebrales como el Alzheimer y otras patologías como los traumatismos craneoencefálicos o los accidentes cerebrovasculares.
Tener una buena reserva cognitiva no nos va a inmunizar de enfermedades cerebrales, tampoco nos evitará el envejecimiento neuronal, pero sí será un factor que contribuirá a retrasar el posible deterioro cognitivo. En el caso de los traumatismos craneoencefálicos y los accidentes cerebrovasculares, una buena reserva cognitiva, tampoco garantiza una rehabilitación total, pero sí facilitará y/o agilizará una mejor recuperación.
Unos ejemplos nos pueden ayudar:
- Tres motoristas tienen un accidente y entre los múltiples golpes que reciben en la caída, ¿quién saldrá mejor parado?
- ¿El que pensando que no va a pasar nada porque va a hacer un pequeño y conocido recorrido, de apenas unos cientos de metros, no lleva ningún tipo de protección (y además, es verano y va en bañador)?
- ¿El que va un casco normalito, y lleva vaqueros y cazadora porque hace frío?
- ¿El que lleva el casco homologado y la cazadora, pantalones y guantes tienen protecciones y también están homologados?
- Planeamos un viaje. Para llegar a nuestro destino tenemos varias opciones. Podemos ir en avión, en tren, en coche, en moto, e incluso en bicicleta… Desde luego la primera opción será el avión, mucho más rápida; pero el tren y el coche también son buenas alternativas. Si un accidente, el Alzhéimer, por ejemplo, inutiliza los primeros transportes, aún nos quedará la bicicleta (o incluso a pié), muchísimo más lenta, si bien cumplirá su cometido. Pero ¿qué pasa si sólo tenemos una opción, la del avión por ejemplo, y ésta nos falla? ¿Llegaremos al destino? Jamás.
Con estos ejemplos simplemente pretendía visualizar dos aspectos importantes de un mismo concepto, el de la prevención:
- Prevenir, que por definición, es tomar precauciones o medidas por adelantado para evitar un daño, un riesgo o un peligro.
- Prevenir en el sentido de que llegado el daño, el riesgo o el peligro, recojamos el fruto de lo que hayamos hecho con anterioridad y dispongamos del máximo de alternativas para llegar al mismo objetivo. De modo que si nos falla la mejor opción, podamos contar con otras vías, aunque sean más lentas o trabajosas.
En este sentido, cuanto mayor sea nuestra reserva cognitiva, mayor será la complejidad de nuestros circuitos neuronales, nuestros cerebros estarán mejor construidos y entrenados, en definitiva, estarán más expandidos funcionalmente. De esta forma, la reserva cognitiva es un mecanismo que compensa los efectos tanto de las lesiones agudas, (ictus o traumatismos), como de las crónicas (enfermedades neurodegenerativas). Esta reserva se inicia en la infancia, pero se puede incrementar a lo largo de toda la vida, e incluso cuando ya se está inmerso en el “accidente”, a través de la rehabilitación cognitiva.
La reserva cognitiva hace que, ante la misma cantidad y tipo de daño al cerebro, en las personas con mayor reserva cognitiva se activen mecanismos que compensan ese daño. Esto se observa cuando se examina el cerebro de personas que se encuentran en la misma fase del Alzheimer: los que tienen mayor reserva cognitiva el daño cerebral es mayor, pese a que muestran los mismos síntomas que aquellos con menos alteraciones cerebrales. Sencillamente esto significa que, el cerebro puede estar muy lesionado pero con una buena reserva, los síntomas aparecerán más tarde. Sin embargo, en un cerebro menos lesionado pero con menos reservas, los síntomas se manifestarán más pronto.
Snowdon, uno de los mayores expertos en la enfermedad de Alzheimer, realizó una investigación más conocida como “El Estudio de las Monjas”. Afirmó que “cuando la mente se mantiene ocupada aprendiendo, la salud y el tamaño de la conectividad de las neuronas aumenta”. La conclusión más sólida de su extenso trabajo fue que esta patología no aparece repentinamente. Es un proceso desarrollado durante décadas que interacciona con otros muchos factores. Uno de los más señalados es la calidad de la red neuronal, o reserva cognitiva, de quien la padece. Muchas de las religiosas estudiadas murieron sin mostrar síntomas de la enfermedad, a pesar de que sus cerebros presentaban sus lesiones características (presencia de placas amiloides y ovillos neurofibrilares) tras ser analizados post mortem. La conclusión más relevante del Estudio de las Monjas fue que el Alzheimer no es una consecuencia inevitable de la vejez. Por el contrario, la existencia de una sólida reserva cognitiva protege de tan devastadora enfermedad.
Para concluir, del mismo modo en que nos preocupamos por nuestra cotización económica de cara a nuestra jubilación, preocupémonos por nuestra cotización cognitiva. La diferencia entre ambas es que, mientras la primera comienza cuando somos laboralmente activos y sabemos en qué momento concreto haremos uso de ella, la segunda la podemos y debemos iniciar desde la más tierna infancia, porque además, puede sernos útil en cualquier momento de nuestra vida.
Una vida cognitivamente involucrada en estimular la actividad cerebral, teje cerebros que son más capaces de adaptarse a los posibles daños.
Pongámonos pues a tejer ya, a estimular nuestra actividad cognitiva, por la cuenta que nos trae.
Paqui Moreno, psicóloga y Coordinadora de Funciones Cerebrales Superiores en Red Cenit Valencia