¿Cuántas veces hemos sentido que las tareas que tenemos por delante nos superan? ¿O que deberíamos dar más de nosotros mismos? Hoy en día, esto es algo que está muy a la orden del día. Es la llamada autoexigencia.
La autoexigencia es un mecanismo psíquico relacionado con lo que esperamos de nosotros mismos. Es cierto que tiene una parte positiva y es que nos ayuda en el crecimiento personal y a conseguir nuestras metas y objetivos. Sin embargo, cuando se convierte en extrema, se convierte en algo que atenta contra nuestra autoestima y nos hace sentir frustración e impotencia. La autoexigencia hace que nos pongamos unos estándares muy altos en cuanto a obligaciones y tengamos muy baja tolerancia a los errores. Dejamos de hacer actividades reforzantes u otro tipo de cosas que nos llenan por el “tengo que”. “Tengo que ser el mejor en el trabajo”, “tengo que ser la mejor pareja”, “tengo que ser el mejor en los estudios”, “tengo que estar siempre perfectx”… Cuando todo esto sucede, si no encontramos la manera de gestionarlo bien, acabamos con un gran malestar y un bajo estado de ánimo.
Para saber si nuestro nivel de autoexigencia es constructiva o destructiva, debemos prestar atención a cómo nos hablamos a nosotros mismos; a nuestro lenguaje interno.
Cuando hablamos de una autoexigencia destructiva:
- Tenemos lenguaje peyorativo, desagradable hacia nosotros mismos.
- Tomamos los errores de forma exagerada, poniendo en duda nuestras habilidades por un único error que hayamos podido cometer “ya me he vuelto a equivocar, soy un desastre”.
- Usamos un lenguaje con el “tengo que” / “debo” por bandera. “Tengo que hacerlo bien, no puedo fallar”.
- Tenemos expectativas exageradas, buscando siempre la perfección y el no equivocarnos.
- En ocasiones, no somos conscientes de nuestros logros o los menospreciamos.
Algunos consejos para convertirla en autoexigencia positiva o constructiva son:
- Hablarnos con cariño y respeto a nosotros mismos. Aceptar los errores que cometemos y hablarnos com-pasión (en el sentido estricto de la palabra) con nosotros mismos. “Quizás me he equivocado hoy, pero sé que puedo hacerlo mejor”. “La próxima vez lo tendré en cuenta y con esto aprenderé a organizarme mejor y a conseguir mi objetivo”.
- Ser objetivos con las valoraciones que hacemos. Analizar la situación concreta y no generalizar de forma negativa. Que algo no nos haya salido cómo queremos una vez, no quiere decir que siempre vaya a salirnos así.
- Buscar la motivación pero sin presionarnos. Para ello, podemos cambiar el “debo” o “tengo que” por el “quiero”, “me gustaría”…
- Tener expectativas realistas. Para conseguir un objetivo a largo plazo, lo mejor es ir fijando los pequeños objetivos que hay que conseguir antes hasta llegar a ese. Subir escalón a escalón. Es importante definir los objetivos en función de nuestras capacidades y recursos, centrándonos en nosotros y no en ideales de perfección.
- Reconocer el error y aprender con él. No tomarlo como algo negativo, sino como una oportunidad de aprendizaje. Como dice Carl Sandburg: “Saber fracasar es aprender cómo ganar”.
- Ser conscientes de nuestros logros y valorarlos. Un ejercicio útil para ello, es escribir al cabo de la semana algún logro que hayamos conseguido, felicitarnos por el buen trabajo y valorarnos.
- Centrarnos en el proceso, no en los resultados.
Virginia Domínguez, Psicóloga en Red Cenit
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