Antes de leer este texto, párate un minuto y piensa en un recuerdo con alguno de tus abuelos. ¿Qué cosas hacíais?

Cuando pensamos en la educación de los niños a través de la convivencia con los abuelos, destacamos que estos miman a los pequeños, que son más generosos y comprensivos que los padres y que exigen un menor cumplimiento de ciertas reglas.

Sin embargo, su experiencia en el tema crianza, además del tiempo libre del cual disponen, les hacen doblemente privilegiados al participar de la crianza de sus nietos. Aunque la voz de la tradición puede en ocasiones sonar pesada y anticuada en tiempos actuales, puede ser una bendición y una vuelta a la simplicidad.

Volvemos a los recuerdos en busca de inspiración…

De mi niñez sobresalen muchas travesuras que le hice a mi abuela por no haber tenido hermanos.
Mis recuerdos tienen textura y olor, como cuando mi abuela hacía pan en casa, amasando una masa pesada y difícil de estirar. A pesar de no poder hacer mucho estaba siempre a su lado desde el principio hasta el delicioso y oloroso final del proceso. Y podía colocar los dos clavos que serían los dos ojos de aquel pan con forma de pájaro que hacía especialmente para mí. Acompañarla durante todo el proceso estando atenta pero relajada, aprender a estar y a aprovechar el momento haciendo mil preguntas sobre cómo crece el pan sin tener que buscarlo en Google o sin tener que llamar a tu tía por WhatsApp para preguntar por qué no ha llegado todavía a casa de la abuela; sin estar haciendo fotos del pan para subirlas a Instagram. Simplemente aprendiendo a estar, perseverar, enfocar la atención y aprovechar el momento.

Una de las historias más significativas de mi marido con su abuelo es de cuando tenía unos quince años y le ayudaba en el campo de naranjos. Entre otras cosas un día tuvo que ayudarlo a hacer un “bancal”, un muro de piedra de contención del terreno en casos de desnivel. Algo que parecía simple envolvía altas exigencias: su abuelo le pedía que girara una y otra vez una piedra gigante. “¡Todavía no está bien, gírala otra vez!” Imaginad lo que sintió un joven de quince años tras girar la piedra innumerables veces hasta dejarla tal cual la había puesto la primera vez. Pero no hay que perder de vista el detalle de haber compartido la compañía mutua, en la naturaleza, aguantando las inclemencias del trabajo en el campo, esperando a que su abuelo decidiese parar a almorzar cuando el joven llevaba horas muriéndose de hambre y sin decir nada. Toda una sesión de entrenamiento de control de impulsos, persistencia, además de otros valores personales.

Cuando finalmente pude ir a conocer el famoso bancal la tierra estaba abandonada y la maleza había derrumbado partes del muro. Nos pusimos un poco tristes por las expectativas que habíamos creado en torno a visitar aquel muro. Pero tan pronto como nos dimos la vuelta pudimos volver a pensar en el legado que su abuelo le había dejado: una lección de persistencia, esfuerzo y simplicidad, que es más fuerte y eterna que el mejor muro de piedra que se pueda hacer.

Además del agradecimiento a estas figuras tan especiales que forman parte de nuestras vidas, me gustaría que nos dejáramos inspirar por los abuelos a la hora de interactuar con nuestros pequeños en esta sociedad tecnológica y consumista, llena de información y de prisas.

¿Cuál ha sido el recuerdo con tus abuelos que has tenido al empezar este texto?

¿Era algo muy elaborado o que exigía mucho dinero para realizarse?

Que los abuelos nos inspiren para que nos preguntemos como padres, tíos o terapeutas: ¿Qué recuerdos queremos que nuestros niños tengan de nosotros? ¿Una hamburguesa en un local de comida rápida o una receta especial de la familia? ¿Un juego caro que se utiliza dos o tres veces o construir juntos y disfrutar de una casa en un árbol?

Tiempo y presencia: compartir un hobby, una tarea simple y cotidiana, ensuciarse y cansarse juntos… inspirados por nuestros abuelos.

Naiara Minto de Sousa es psicóloga y colaboradora en Red Cenit