“¿Qué harías tú en mi lugar?”
Seguro que todos hemos hecho alguna vez o más de una ésta pregunta a diferentes personas; normalmente a personas de confianza, amigos, familiares,… También probablemente, la habremos escuchado a alguna persona que esperaba recibir nuestra opinión, nuestra respuesta. Pero, ¿qué esperamos realmente cuando preguntamos algo así?
Depende de muchos factores, del contexto, de la relación, de la confianza o de los sentimientos que nos invaden al realizarla. Evidentemente, he realizado muchas veces la pregunta y me la han hecho a mí a nivel personal, una pregunta típica de un café con una amiga a la que le cuento mi historia y de la que espero respuesta, debido a que hay confianza y nos conocemos lo suficiente para que se ponga en mi lugar y me diga qué haría ella si fuese yo. No será éste el hilo conductor del artículo que presento hoy. En esta ocasión realizo el artículo basándome en mi experiencia como profesional.
Me ocurre muy a menudo en mi trabajo. A veces viene por parte de compañeros; otras por parte del alumnado, (igual menos veces de las que me gustaría); otras por parte de estudiantes de prácticas; otras, en las que voy a basar el artículo y las que más respeto me dan, por parte de padres o familiares que tienen dudas sobre diferentes aspectos de la vida de sus hijos/as o personas a cargo con algún tipo de dificultad o trastorno y que acuden a mí esperando que como profesional sepa cuál es la respuesta adecuada.
Para mí es muy complicado dar una opinión cuando soy consciente de cuál es la respuesta que le gustaría escuchar a la persona que me la pide y no tiene nada que ver con lo que yo creo que sería lo mejor. No hay respuesta correcta. A mí me gusta dar diferentes opciones y explicar diferentes modos de resolver la duda y que la persona tenga un abanico de posibilidades para elegir cuál cree que es la que más se ajusta a sus posibilidades y circunstancias.
Es ahí cuando empiezo a pensar en esa emoción que tanto intento trabajar con mi alumnado, con los profes a los que doy cursos de formación e incluso en mí misma: la empatía. Cuando una madre se pone a llorar contándome lo mal que lo ha pasado en el colegio al escuchar un comentario sobre su hija. Cuando un padre me explica con rabia lo mal que se sintió al ver cómo rechazaban a su hija en el parque. Cuando una hermana llora desconsoladamente porqué su hermano la ha avergonzado delante de sus amigas y su popularidad se cae en picado. ¿Es en este momento cuando debo decir?: “Te entiendo, entiendo tu sufrimiento, me pongo en tu situación y sé cómo te sientes”.
No, no puedo decirlo, porqué no es real. No puedo entenderlo ni puedo saber el sufrimiento que significa que te ocurra algo así, ya que nunca lo he sentido, nunca lo he vivido. Lo que me queda es intentar explicar que soy consciente de que no es a la única persona que le pasa, ya que me lo han explicado otros familiares en diferentes ocasiones. Puedo intentar sentir empatía y apoyarles al máximo diciendo que puedo hacerme una idea de lo duro que debe de ser pasar por un momento así, al igual que tantos otros momentos por los que pasan estas personas y que soy consciente de ello por tantas veces que se ponen en contacto conmigo para algo así. Pero nada más, tengo claro, que sea cuál sea la decisión que tome el familiar, será la adecuada y es lo que intento transmitir y que sean las que sean las consecuencias, seguiré estando ahí para intentar superar las barreras que se vayan presentando.
Como ya he comentado en muchos artículos, creo que en demasiadas ocasiones los profesionales que estamos en contacto con familias con este tipo de dificultades, no tenemos ni la suficiente formación ni la suficiente empatía para saber atender a sus necesidades. Mientras tanto, intentemos siempre utilizar al máximo la sensibilidad y comentar a las familias que “cuando alguien juzgue su camino, que le presten sus zapatos”. Todos somos personas y para trabajar con personas, pienso que se tiene que estar calificado de algo más que de conocimientos teóricos y son cosas que no se tienen en cuenta para acceder a este tipo de trabajos.
Carmina Forment Dasca, colaboradora en los centros de Red Cenit de Castellón y Valencia