Los niños con TEA tienden a no desarrollar el juego de la misma manera que los niños con desarrollo típico, y esto ocurre muy especialmente, en los aspectos simbólicos, es decir, es frecuente encontrar alteraciones en el juego simbólico en los niños con autismo.

Por refrescar el concepto, llamamos juego simbólico a aquel que realizan los niños utilizando su capacidad de representar mentalmente un objeto o simular una acción sin los elementos necesarios para ello. Son situaciones de juego en las que ocurren, por lo menos, uno de los siguientes hechos: sustitución del objeto, hacer ver que un objeto es otra cosa, como por ejemplo, coger un palo y hacer ver que es una aspiradora; atribución de propiedades imaginarias, como por ejemplo limpiar la cara del peluche, como si estuviera sucia y así se juega atribuyendo una falsa propiedad, etc.

Son de suma importancia todas las actividades simbólicas, (los juegos de “hacer como si”, juegos de roles etc.), porque el niño desarrolla su potencial cognitivo, despliega su flexibilidad mental, potencia su lenguaje, desarrolla conductas afectivas, aprende a representar los diversos papeles sociales o de rol, además de ser acciones lúdicas precursoras de la teoría de la mente.

Sabemos que la falta de juego simbólico en los niños con autismo es parte de la triada de las alteraciones sociales asociadas a los trastornos del espectro autista, pues algunos  no se interesan por lo que es un juguete o por lo que representa, sólo se fijan en los rasgos físicos o en el detalle, y es así que en ocasiones muestran un desorden sensorial y de conductas estereotipadas que hacen que el juego pierda su propósito.

La posible aparición del juego simulado o de ficción dependerá del grado de afectación del niño con TEA, y también dependerá del tiempo utilizado con el niño para enseñarle a jugar y ampliar su acción lúdica, minimizando en la medida de lo posible características repetitivas y restrictivas de juego que identifica a los niños con autismo.

Por tanto, el adulto debe establecer una buena base de interacción y después será más sencillo lograr que el niño nos imite y a partir de ahí, ir avanzando y dedicando una especial atención a establecer las premisas básicas de imitación para conseguir que estas acciones aprendidas se transformen en lúdicas e imaginarias. Se trabajará de forma explícita y sistemática, partiendo de objetos interesantes para él, con el fin de ir desarrollando amplitud de conductas imitativas desde sus intereses. Le ayudaremos a crear variantes de juego, desde la manipulación simple o juegos de causa-efecto para pasar al juego deductivo, donde la combinación de objetos y acciones le lleva a comprender  asociaciones  significativas  de unos objetos con otros y así llegar al juego funcional, y sin descuidar el prerrequisito más importante, la habilidad de imitar,  iremos más allá, ayudando  al niño a pasar del juego funcional al denominado juego simbólico.

Podemos proponer ¨el jugar como si…” con objetos que el niño conoce o que pueden, incluso, ser de interés restrictivo para él, como un peluche y tratar de animarle para que haga acciones reales con él: darle el biberón, ponerlo a dormir  empleando un pequeño barreño, o en una caja de zapatos como cama, y utilizaremos los turnos para crear mayor interacción. Otro ejemplo puede ser un bloque y enseñarle a utilizarlo como que es un coche, un alimento, una persona, un edificio, etc. Usando sus intereses restringidos, podemos crear una lista de material que pueden ser utilizados para crear juegos de ficción.

Y así iremos realizando juegos imaginarios siempre que nos sea posible, es decir, si el niño nos pide galletas le daremos una galleta  y un vaso imaginarios, y si quiere coger algo del armario, le daremos unas llaves imaginarias para que lo abra. Todas las oportunidades deben ser usadas para fomentar la imitación de acciones simbólicas. Propiciando durante todo el proceso, comportamientos interactivos espontáneos que contengan un propósito.

La aparición de los juegos simulados es el primer signo de que la imaginación está empezando a desarrollarse. En los niños con TEA este proceso es más lento, es una tarea costosa, pero nunca imposible, y en ocasiones son ellos mismos los que nos pueden llegar a sorprender y entonces nos damos cuenta que ha merecido la pena.

Pilar Espinosa, psicóloga de Red Cenit Valencia

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