El psicólogo Henry Wallon (1879-1963) decía que la ficción formaba parte del juego del niño por naturaleza, puesto que se opone a la cruda realidad. Según él, el niño repite en sus juegos las experiencias que acaba de vivir o ve hacer en los demás. Se trata de una imitación selectiva, referida a personas y cosas que tienen una mayor relevancia para él, y es desde aquí que el niño las transforma a su manera para empezar a entenderlas, asimilarlas.

Cierto es que el juego simbólico aporta unos beneficios muy relevantes, que podemos considerar terapéuticos y que pasamos a analizar a continuación:

  1. Fortalece el desarrollo motor y las habilidades manipulativas,  ya que su motivación le impulsa a realizar acciones deseadas y pone en marcha todo su ser para ejecutarlas.
  2. Potencia la comprensión y asimilación del entorno y del mundo que le rodea, a través de la representación de situaciones reales en ficticias, acoplándolas a su manera para llegar a comprenderlas.
  3. Desarrolla la capacidad imaginativa y creativa: cuando el niño utiliza juegos y juguetes orientados a la expresión artística y creativa, como el barro, la plastilina, los lápices de colores, o materiales diverso para dibujar, pintar, moldear, representar…
  4. Favorece el desarrollo del pensamiento. Durante la situación de juego simbólico, el niño resuelve problemas constantemente. Tanto si tiene que pensar qué objeto coger para que represente a un micrófono con el fin de cantar su canción favorita en un escenario imaginado, como si otros niños al crear una historia, tienen que pensar cómo repartirse los papeles para ejercer de mamás o papás. Todo demuestra como sus pensamientos y sus capacidades cognitivas están activas durante el tiempo de juego.
  5. Estimula la capacidad del lenguaje y la comunicación. Los juegos ficticios ayudan al niño a poner en práctica su lenguaje, las palabras que hacen falta, nuevas o no, para organiza, a su manera, una situación de juego. Los coches, muñecas/os, animales, utensilios de cocina, variedad de alimentos de plástico, construcciones, naves espaciales, set de peluquería, médico, policía y mucho más, son buenos aliados para ello.
  6. Ayuda al desarrollo de la socialización y de la inteligencia emocional, ya que permite al niño aprender y practicar diferentes roles sociales. Cada vez que el niño juega a ser diferentes personajes, experimenta el estar en el lugar de otra persona, por tanto aprende a entender los sentimientos ajenos y también a desarrollar su autoestima. Ejemplo de ello son primero, los juegos de hacer como sí, y luego, los juegos de roles y representaciones con muñecos y con objetos, etc. En un solo acto de juego se pueden expresar e intercambiar emociones tanto positivas como negativas. Más adelante y con el tiempo, aparecerán los juegos colectivos donde aprenderá a esperar su turno, a compartir responsabilidades y donde se incluirán reglas que paulatinamente se irán pareciendo cada vez más a la realidad.
  7. Contribuye al desarrollo emocional porque una de las funciones más importantes que tienen el juego simbólico es la de hacer como “catalizador” de las emociones del niño. En ocasiones hay necesidades y deseos que el niño no puede expresar con palabras y que encuentran salida a través del juego, que es el espacio que ayuda al niño a expresar sus inquietudes y sentimientos; espacio en parte protegido y seguro, donde expresa su realidad indirectamente, donde puede descargar sus conflictos, frustraciones, angustias, miedos, etc. y lo hace sobre todo con menos censura y menos resistencia.
    Un ejemplo de ello podría ser cuando el niño juega e imagina que su papá, que está ausente o de viaje, acaba de llegar y que todos se ponen muy contentos y hacen una fiesta, de esta forma el niño alivia el estrés que le pueda producir la separación de la figura paterna, y lo hace encontrando en el juego una solución. Por otro lado, también hay juguetes simbólicos que sirven para la expresión y la representación de la agresividad y el miedo, como las serpientes o tiburones, las espadas de plástico, soldados, pistolas, etc.
    Otro ejemplo distinto es cuando el niño juega al médico, y en realidad, teme a este profesional, pero a través del juego simbólico, traslada el miedo que siente al muñeco, que hace de paciente, y simula que lo consuela al igual que lo consuelan a él en la realidad.

Ante todo esto, los adultos solo tenemos que pararnos a observar el juego del niño para darnos cuenta que tipo de juego simbólico tiene y a partir de ahí dejarle hacer. Si no lo posee o es muy pobre, ponerse en contacto con profesionales para recibir pautas al respecto y ayudar al niño a desarrollar este modo de juego tan importante.

Pilar Espinosa, psicóloga de Red Cenit