¿Problemas de conducta … o trastorno negativista desafiante?

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Es  habitual encontrar problemas de conducta en determinados momentos del ciclo evolutivo de todos los niños, como entre los dos y los tres años y al inicio de la adolescencia, pero estos, no deberían ser un problema con la ayuda y apoyo necesario de la familia y la escuela.

No obstante, suele ser diferente cuando está asociado al Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), y además estas conductas son perseverantes en el tiempo y de una magnitud mayor. En estos casos, cuando las conductas de hostilidad, falta de cooperación y enfrentamiento a los adultos son constantes o en mayor número de ocasiones, si las comparamos con otros niños de su misma edad,  y si además, afecta a su vida social, a sus relaciones familiares y académicas, podríamos estar ante un caso de Trastorno Negativista Desafiante (TND).

A los 3 años ya es posible encontrar indicios de este trastorno, pero es entre los 3 y los 7 años cuando las características se convierten en más problemáticas  y se observa un empeoramiento del funcionamiento en la vida diaria.

Los síntomas característicos del Trastorno Negativista Desafiante son los siguientes, siendo necesarios cuatro o más  durante al menos 6 meses para cumplir el diagnóstico:

  • Pierde los nervios a menudo, por ejemplo, niños que se enfadan ante cualquier inconveniente por insignificante que sea.
  • Discute frecuentemente con los adultos, es decir, se empeña en contradecirlos a menudo.
  • Desafía las órdenes o rechaza cumplirlas reglas. Estas actitudes desafiantes son muy características, se niegan a cumplir las reglas sin motivo alguno.
  • Molesta deliberadamente a la gente, por ejemplo, niños que disfrutan haciendo enfadar a los otros niños o a los adultos.
  • Echa la culpa a los otros de sus errores o mal comportamiento, es decir, no se atribuye sus actos negativos.
  • Se enfada fácilmente con los demás, sin aparente motivo inician su enfadado.
  • Está continuamente enfadado o resentido. Son niños que la mayor parte del tiempo están enfadados por algo.
  • A menudo es vengativo y rencoroso, es decir, les cuesta perdonar y olvidar lo sucedido.

La comorbilidad entre el TDAH y el TND está sobradamente demostrada, y esto puede ser predictor de conductas antisociales en la etapa adolescente y adulta.

Estas conductas de oposición pueden darse de manera pasiva, es decir, no obedeciendo mostrándose pasivo, o de manera activa, con negaciones fuertes, insultos, hostilidad o agresividad.

Por lo que respecta a las causas de este trastorno, no sólo existe un factor causal, sino que es la combinación de diversos factores de riesgo, que en ausencia de determinados aspectos protectores, pueden predisponer al trastorno. Algunos de estos factores de riesgo son:

  • Los factores individuales: como la tendencia a la irritabilidad, la hiperactividad, etc. Es decir, niños que por sus características personales muestran un temperamento fuerte.
  • Los factores familiares: como una disciplina inconstante, trastornos del estado de ánimo, impulsividad, los problemas conyugales, etc. Por ejemplo, influirían padres con una disciplina más bien indulgente.
  • Los factores sociales: como la situación económica y social. Por ejemplo, vivir en un barrio marginal en una situación de pobreza podría ser un factor de riesgo.

Para la orientación del tratamiento, tendremos que considerar la combinación de factores de riesgo que están presentes en la vida del niño y su entorno. Muchas veces, algunos de estos factores externos no se pueden modificar o eliminar, como puede ser la situación económica, los entornos marginales, etc.,  pero sí se debe intentar minimizar el efecto que ejercen sobre el niño, y actuar sobre la forma en que el sujeto los percibe y tratar los que son modificables.

Desde el enfoque cognitivo-conductual, las intervenciones en estos casos deberían centrarse en:

a)    La intervención con el niño: donde se le enseñan habilidades cognitivas para gestionar sus propias emociones y afrontar las situaciones difíciles, y poder generalizarlo después en su vida diaria. Por ejemplo, es útil ayudarles a reconocer su propio enfado, e identificar qué alternativas podrían realizar para evitar llegar a ese estado.

En muchos casos, otro buen aspecto a trabajar serian las técnicas de relajación, aprendiendo a controlar su impulsividad y disminuyendo la ansiedad. También es recomendable el uso de elogios y premios, así como castigos razonables para los niños. Dado que, los niños valoran mucho cuando su conducta bien hecha es premiada por un adulto, y así tienden a repetirla.

b)   El entrenamiento con los padres: en el que éstos aprenden, ejercitan y adaptan ciertas habilidades con sus hijos, como aprender a pedir las cosas afectivamente, o ignorar las conductas irritantes prestando mayor atención a aquellas más deseadas. En ocasiones es más útil ignorar una rabieta durante cierto tiempo para que el niño se pueda tranquilizar, y después intentar reflexionar con él sobre lo sucedido.

Ante este tipo de problemas y dependiendo de la gravedad de los mismos, lo recomendable es acudir a un profesional que pueda hacer un registro sobre cuáles son las características de cada caso, así como registrar la intensidad, frecuencia y duración de este tipo de conductas. A partir de aquí  se plantea una intervención sobre los aspectos que pudieran estar condicionando en trastorno, y fortalecer aquellos aspectos positivos que pudieran favorecer la evolución del mismo, para al final mejorar la vida  tanto del niño, como de su familia y el entorno más cercano.

«El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen.»    Johann W. Goethe

Victoria Fuster, psicóloga y terapeuta de Red Cenit.