Nosotros, los adultos somos altamente sensibles a la ternura de los bebés (sus proporciones físicas: ojos grandes, cara redondeada, etc) y a sus necesidades. Los seres humanos han sido entrenados a lo largo de la evolución para ser muy sensibles al llanto de un bebé y así atender inmediatamente a sus necesidades. Sin darnos cuenta, hablamos con los bebés de forma más lenta, simplificada y con entonación muy variada, lo que les ayuda a descifrar el lenguaje, una tarea importante y difícil en sus dos primeros años.

 

A medida que van creciendo los niñ@s ya no son tan dependientes como cuando eran bebés y es por ello que los adultos: padres, tíos, buelos… Ya no les dedicamos tanto tiempo de cuidados y juego. Además, la escasez de tiempo libre en nuestra sociedad nos deja olvidar la importancia de dedicar tiempo efectivo enseñando a nuestros hijos a través del juego, los comportamientos a ser imitados, los hábitos, etc.

Cuando pensamos en la compleja trayectoria de desarrollo por la que pasan los niños, lo más importante a destacar es el papel del adulto ya que es aquél que le presenta el mundo: pone a su disposición un idioma, le muestra el uso adecuado de cada objeto (teléfono, tenedor…), le muestra como comportarse y que se espera de él en cada situación y un largo etc.

Un gran pensador de la importancia del mundo social en el desarrollo infantil ha sido Lev Vygotski. Para él, el hecho de convertirse en un ser socialmente competente exige apropiarse de la cultura y es el adulto aquel que realiza la función de mediador entre el niño que llega al mundo guiado por sus sentidos (visión, olfato, etc.) y la elaborada cultura que tiene que entender.

Como mediador, el papel del adulto es facilitar esta difícil misión de apropiación cultural. El adulto ayuda a los pequeños a comprender y a hacer uso de los objetos y del lenguaje (herramientas materiales y psicológicas). Con su ayuda, el niño puede lograr retos que actuando solo no lograría. Por ejemplo, pensemos en un niño que todavía no conoce las formas geométricas y no tiene un control preciso de la motricidad fina necesaria para encajar formas geométricas en un cubo con las respectivas formas recortadas. Un adulto puede demostrar como se hace y enseguida el niño le imita, puede señalar o decir el agujero dónde va la pieza que el niño sujeta, puede guiar sus manos y ayudarle a que gire la pieza hasta que quepa en su sitio. Así, el adulto amplía muchísimo las oportunidades del niño de actuar de manera exitosa en el mundo y aprender con esta experiencia.

La ayuda puede evitar errores repetidos que pueden producir frustraciones y el abandono de la actividad por parte del niño. Además, logra la interacción social placentera y eleva al adulto a un nivel de compañero imprescindible. Para nuestros niños con autismo, que al principio están muy interesados en su mundo de percepción y objetos, necesitar al adulto para actuar sobre el objeto es algo esencial que abre las puertas a su desarrollo social y emocional. A través, de su ayuda el adulto expande las oportunidades de acción y de aprendizaje del niño.

Vygotski nos presenta un concepto que es como una metáfora. Con su ayuda, el adulto actúa como un andamio, elevando el nivel de acciones del niño en relación al nivel de actuación por sí mismo, solo.

No nos preocupemos porque el niño se torne dependiente de la ayuda, pues poco a poco, iremos bajando el nivel de ayuda y elevando el nivel de exigencia. Muchos padres habrán oído hablar sobre esta efectiva herramienta que utilizamos para enseñar a sus hijos: el moldeamiento. Cuando una conducta objetivo (por ejemplo pedir “agua”) no ocurre espontáneamente, aceptamos el nivel actual que presenta el niño (decir “a”) y poco a poco (con todas las formas de ayuda que describimos anteriormente) le exigimos un paso más (decir “a….a”), seguido de un (“aua“) hasta que logremos el comportamiento final (“agua”).

La educación de los niños es responsabilidad de los padres, educadores, profesores, terapeutas y la propia sociedad que también educa con sus modelos. En el ámbito familiar, hay que reforzar el vínculo de aprendizaje entre padres e hijos y ponernos en este papel activo de presentarles el mundo y pensar en las habilidades que no dominan como oportunidades para actuar y ayudarles en su desarrollo, para que volvamos a preguntar a nuestros niños: ¿en qué te puedo ayudar?

Naiara Minto psicóloga y terapéuta en Red Cenit